miércoles, 28 de febrero de 2007

28 de febrero. Juan Pla: "Tejero no me hizo caso"

Juan Pla, uno de los últimos directores del diario “El Imparcial”, fue uno de los periodistas que aquella noche diera mucho juego. Curiosamente, tampoco Pla disponía de carnet de periodista propio. Camilo José Cela, que entonces vivía en Mallorca, lugar de nacimiento de Juan Pla, le había ofrecido el suyo. “Aunque nunca he ido por la Escuela, Cela me lo regalaba”. Pla le contestó que le diera el número y que si un día le hiciera falta…”Porque yo estoy de acuerdo en que no se puede transferir –argumentaba Pla al respecto–, pero tampoco se puede regalar un carnet así, como quien da la sopa boba”.

Dos años y tres meses antes, el 19 de noviembre de 1978, “El País” publicaba un informe en el que acusaba a Juan Pla de estar implicado en la Operación Galaxia. “La acusación gratuita –se justifica Pla– era que había hecho acrósticos o palabras en clave a lo largo de las letras mayúsculas y capitulares de un artículo. Justamente, el día de la Operación, mi artículo, leído de arriba abajo, decía: ‘CELO’. Entonces algunos exegetas e inflagaitas de la competencia dijeron que ‘celo’ significaba papel de pegar, que pegar era dar el golpe y que ese era el día señalado. Arguí ante los jueces y ante los amigos que ‘cello’, papel de pegar, se escribe con dos eles y que el ‘celo’ que yo escribí se refería, si es que se hacía alusión a algo, al celo en que se encontraba mi perra o al que siento por mi oficio. Total, que para que no me fusilaran, al día siguiente metí en vereda de los Tribunales a Juan Luis Cebrián y a su periódico. Pero, cuando vi que mis socios de querella, el presidente de ‘El Imparcial’, Jorge Rodríguez de San José y Julio Merino, director a la sazón del periódico, iban por otros derroteros y que lo que querían era una gresca a fin de vender papel y armar la marimorena con el autobombo y la autovíctima, hablé sosegadamente con Juan Luis Cebrián y llegamos al acuerdo de que no había pasado nada…”.

Juan Pla recibió, por aquel tiempo, varios escritos en los que se le acusaba de estar implicado en el complot de Madrid. “Entre ellos, una carta macabra que decía: ¡Cómo nos has decepcionado! Creíamos que estabas al frente de la Conspiración y esperábamos un cargo en tu futuro gobierno, pero ahora vemos que todo es mentira, que no has participado y, por tanto, nos tienes aquí decepcionados y sin ninguna rosca que llevarnos a la boca. Para otra vez, a ver si te esmeras y das un golpe bien dado”. La carta, que iba firmada por Manolo Vicent, Paco Umbral, Antonio Gala y otros escritores demócratas, le pareció una broma de muy mal gusto, “pero, al fin y al cabo, una broma que alentaba mi espíritu”.

Un año y doce días después del cierre de El Imparcial, Juan Pla, uno de los últimos directores de este periódico, asegura entrar de lleno en el 23-F. “Yo seguía los acontecimientos por la radio –me cuenta Pla, desde su isla de Mallorca–, cuando, hacia la medianoche, sonó mi teléfono. Era del ministerio del Interior. El equipo de Paco Laína me preguntó si podía hacer de intermediario. Sabían que había tenido trato y amistad con Tejero quien, durante una temporada, venía casi todos los días al periódico a dirigir aquella campaña de publicidad pagada a favor de la Guardia Civil, mediante el intento de recolección de quinientas mil firmas para modificar una ley del Parlamento. Esa era la razón por la que, aquella noche a alguien se le había ocurrió nombrarme”

El propio Tejero había defendido a Juan Pla frente a los correligionarios, sosteniendo ante los ultras que se trataba de una persona decente. “Yo le guardaba, y le guardo aún –me corroboró Pla– un agradecimiento por todo lo que pudo tener de bueno para mí. Lo que pasa es que, aquella noche, él no me hizo caso. Si me lo hubiera hecho, Tejero no hubiera estado encarcelado sino fuera, en otro país, rascándose la barriga. Se habría pirao en el avión que yo le ofrecí de parte del gobierno provisional de Paco Laína. Un avión que tenía 125 plazas para Tejero, su familia y todos los que quisieran irse con él. Eso es rigurosamente cierto, pese a un informe posterior publicado en el que se desmintiera todo o se interpretara a gusto de cada cual. Algunos de los que se desaguaron por entrambas, se mearon y cagaron del susto, dicen que mi amistad con Tejero da una imagen de fascismo y que, por lo tanto, no me pueden admitir en sus lugares de trabajo como en RNE o en TVE. Debuté un 18 de mayo en RNE y al día siguiente me echaron a la calle. Todavía hay gente en este país que cree que estuve a favor del golpe, de la involución y de la desestabilización, cuando lo único que he hecho, hasta ahora, ha sido jugarme el pellejo para que la democracia persista y crezca”.

Yo no sé lo que hay de cierto y de falso en toda esta historia sostenida por Pla, pero ahí está, tal como él me la contó. Hoy, Juan Pla sigue colaborando con los medios de comunicación de Mallorca, sostenido por sus fans y atacado por sus enemigos declarados.

Desde luego, el hecho de que unos militares golpistas se embarcaran en esta peligrosa aventura demuestra una cierta desconexión en el proceso de comunicación entre ellos y los diferentes estamentos de la sociedad. A los mismos empresarios les aterraban las consecuencias económicas que el golpe llevaba consigo.

Por mi parte, confieso que el miedo me llevó a pensar, en aquellas acuciadas horas, en marcharme al extranjero. Y a punto estuve de hacerlo. Aunque luego, se demostró lo equivocado que estábamos todos: los que presenciamos estos sucesos y los que, en un principio, sostenían el golpe de timón. Porque la verdad es que el 23-F levantó por unos años el miedo al futuro, provocó un frenazo en la llamada democracia e hizo presentes en las conciencias el mito de las dos Españas que helara el corazón de Machado. Pero, al fin y al cabo, con unos cuantos retoques, se podían mantener en España las dudas de siempre.

martes, 27 de febrero de 2007

27 de febrero. Benegas intercambió el carnet con Suárez

Eugenio Suárez, director propietario de “El Caso” y “Sábado Gráfico”, había acudido a las Cortes como informador y, al efectuarse la votación, salió del palco para marcharse. En uno de los pasillos, se encontré con el secretario de Estado para la Información, Aguirre Borrell. “Estábamos hablando, cuando oímos el famoso grito: ‘Todo el mundo al suelo’, seguido de ráfagas de ametralladora. Fue una experiencia personal única. No es que estuviera muy asustado, porque cuando uno ha hecho la guerra, no le asustan esas cosas, pero sí muy preocupado. Intenté hablar con el guardia civil que nos apuntaba con su ametralladora. Yo había dejado el arma que siempre llevo encima en la entrada del Congreso. Y le dije a aquel número que estaba muy tenso y nervioso, que a mí me habían dicho que no se podía entrar con armas, enseñándole, al mismo tiempo, la funda vacía. ‘Cállese’, me gritó. ‘No, si a mí me caen ustedes muy simpáticos –seguí diciéndole para intentar calmarlo–. Y la próxima vez voy a venir vestido de verde, que es un color fenomenal. Mire usted –le insinué–: que aquí se está muy incómodo. Vámonos al bar a tomar pipermín’ Pero el guardia no lo cogió. Reinaba un silencio catedralicio y no se movía ni un alma”.

De pronto, Eugenio oyó una voz muy cercana que decía literalmente: “Sí, sí, está todo sujeto… Tenemos el control absoluto… Muy bien, muy bien. ¡Viva España, coño!”. Y aquel vozarrón ordenó a alguien que iba con él: “Como no sea de Valencia, que no me llamen para nada”. Al pasar Tejero por el lado del director de “El Caso”, éste dio un salto y le dijo, muy rápidamente: “Teniente coronel, por favor, este periodista se brinda a ser una especie de enlace, a acompañarle, en fin...”. Pero Tejero no le dejó ni terminar. Y con una especie de bufido, le contestó, tajantemente: ‘Usted se sienta ahí. Y todo lo que tiene que ver lo ve usted desde ahí’.

Por fin pudo llegar hasta el bar. Allí vio que había gente. “Txiqui Benegas, secretario del Partido Socialista de Euskadi, persona por la que siento verdadero afecto y simpatía, permanecía muy preocupado y sin gafas. Yo, en su pellejo, también lo hubiera estado, pero, como soy un hombre apolítico, aquello no me daba ningún miedo. Tal vez era inconsciencia. Me tomé un güisqui y le di mi carnet a Txiqui, aunque no nos parecemos mucho físicamente. Así estuvimos durante dos horas hasta que a los funcionarios y periodistas nos dejaron salir”.

Las cosas que pueden pasar cuando la vida anda en juego.

lunes, 26 de febrero de 2007

26 de febrero. Locutores, presentadores y fotógrafos bajo las metralletas

Una ola de confusión y terror amenazó hace veintiséis años a la mayoría de periodistas españoles en prensa, radio y televisión. Muy pronto, con el discurso del Rey, fueron serenándose los ánimos. No así el miedo y temor por lo que hubiera podido suceder. Algunos de los locutores, presentadores y fotógrafos más conocidos, vivieron así aquella noche.

Luis del Olmo, locutor a la sazón de RNE, en Barcelona, con su programa “De costa a costa”, se encontraba, en los momentos en que por la radio sólo daban marchas militares, en la peluquería. “Me miraba en el espejo y encontré que, de pronto, tenía la cara blanca, desfigurado y como de mármol. Recuerdo que, en el sillón de al lado, estaba un joven escritor argentino que me aconsejó, por mi bien, que no durmiera aquella noche en mi casa. Había tenido algunas experiencias de ese tipo en Buenos Aires, de donde había tenido que huir. Salí de la peluquería y, lo primero que hice fue ir a la radio. Allí estuve siguiendo las incidencias y conexiones de los compañeros de Madrid, asistiendo a una de las noches más gloriosas de la radio española y de la radio en el mundo. Creo que aquellas páginas que escribieron todos los compañeros de las emisoras madrileñas, a pesar de que muchos estaban bajo la fuerza de las metralletas, como mi compañero Alejo García, que tuvo durante mucho tiempo la metralleta en los riñones, difícilmente se pueden superar. Hay que vivirlo personalmente para darse cuenta”.

José Luis Balbín vio por el monitor todo lo que estaba sucediendo en las Cortes y optó por dar en directo todo lo que estaba aconteciendo en ellas. “Probablemente –recuerda Balbín–, yo, que no estoy vinculado a partidos, lo hubiese emitido enseguida en directo para que lo supiesen todos los españoles. Pero Castedo, entonces director general de RTVE, consideró que se trataba de un asunto importante del Estado. Mandamos el equipo para grabar el mensaje del Rey. Tuvimos el riesgo de que las cintas pudieran ser deterioradas o raptadas. Y Castedo estuvo todo el tiempo muy en contacto con la Zarzuela y con Interior. Se hizo, pues, lo que interesaba en aquel momento al Estado. No fue una decisión unilateral nuestra”.

Manolo Hernández de León, de Efe, reconoció enseguida a Tejero, a quien, tres años antes, había fotografiado, cuando sucedió lo de la Operación Galaxia. “Coño, Tejero –me dije–. A partir de ese momento, todo lo que vi fue a partir del visor de mi cámara. Dejé de hacer fotos cuando un guardia civil me puso la metralleta en la cabeza. ‘Levanta las manos –me ordenó–. Deja la cámara y tírate al suelo’. Estaba en aquel momento al lado de Carrillo que se había quedado sentado, igual que Suárez y Gutiérrez Mellado. Oí cómo uno de los guardias le dijo: ‘Tírate al suelo, que te aso’. Entonces, automáticamente, se echó al suelo. De todas formas, hasta que el guardia civil me apuntó con la metralleta, pude hacer varias fotos. Los disparos apenas me preocuparon. Yo sólo quería hacer fotos y lo conseguí. El miedo me vino después, como siempre me pasa”.

Hernández de León había dejado la cámara a su izquierda. Cada vez que el guardia civil se volvía para vigilar a Carrillo, bajaba sus brazos y daba una vueltecita al rodillo de su máquina, consiguiendo rebobinar, tras cuatro vueltas, la película que tenía una docena de fotos. Y se la guardó en el interior de su camisa. “Le pedí a un guardia civil que estaba a mi lado que me dejara ir al baño porque estaba allí desde las cuatro y media y no podía aguantarme más. En el momento de entrar, Calvo Sotelo, que iba a ser elegido presidente del Gobierno, estaba ahí agachado en un lavabo para beber agua y lavarse la cara entre dos números. Y pensé: ¡qué pena no tener una cámara para sacarle una foto! Allí pude camuflar los dos carretes, el del pleno normal y el del asalto de Tejero, y me los metí en la rabadilla. Llevaba unos pantalones muy estrechos y allí los pude sujetar durante las dos horas que permanecí en la Cortes, antes de salir liberado”.

viernes, 23 de febrero de 2007

23 de febrero. El coño de la España de Tejero.

(Foto de Manuel P. Barriopedro)

Francisco Umbral se enteró de lo que estaba sucediendo mientras circulaba en un taxi. Y, como iba a casa de una amiga, se quedó un día o dos con ella. “Yo creo –me comentó medio en broma medio en serio– que, en el fondo, mi amiga, pese a ser muy de izquierdas, quería que el golpe triunfase para que yo me quedase con ella”. Umbral llamó a la transición española la “España post-coño”, por el famoso exabrupto de Tejero. “Estamos tratando de superar el coño de la España de Tejero. Un personaje definido por Peridis como ‘de esos que se cuelan por la puerta falsa de la historia’. No están en el drama, sino que lo complican. El drama va a seguir luego sin ellos, aunque hay una interferencia permanente. Además, son personajes que mueven los hilos del drama. Son como los espontáneos de una corrida”.

Aquel intento de golpe de Estado se convirtió para las ondas en la tarde-noche de los transistores. Fernando Onega, reconoce que, instantes después de producirse, Gran Vía, una de las calles más céntricas de Madrid, se quedó vacía de gente. “Todo el mundo se encerró en sus casas y el único refugio y comunicación con el exterior fue el teléfono y la radio en donde se oían las últimas noticias. Una radio callada en ese momento hubiera contribuido al desánimo colectivo y quien sabe si no hubiera sido una invitación a que otros militares, en otros lugares de España, se sumaran al golpe. La labor de la radio, dando noticias reales, fue vital para tranquilizar a los ciudadanos y para desanimar a los golpistas”.

Onega hizo la labor de coordinación y dirección de la SER. “Visto a posteriori –reconoce el entonces jefe de informativos de la cadena– tuvimos un poco de insensatez, de sana y buena insensatez, por supuesto. Yo no sé si la palabra correcta era miedo. De lo que sí estamos seguros es de que, cada vez que dábamos una información, estábamos convencidos de que era la última. La instrucción que habíamos dado a los porteros, cuando llegaran los presuntos ocupantes de la emisora, era que entraran sin provocar una situación de violencia. No decíamos: ‘si llegan’ sino ‘cuando lleguen’.

Eduardo Sotillos, director entonces de RNE, no sabía entonces lo que iba a pasar, ni lo supo hasta muy avanzada la madrugada. “Sabía –me recuerda Sotillos– que cualquier palabra, matiz o giro que se pronunciara o produjera podía tener repercusiones y provocar quién sabe qué reacciones contra la persona que lo emitiera. Me parecía que yo era como un capitán de un barco que se podía hundir y que era el único que debía tomar el compromiso final de cada operación. Y pronuncié el editorial ante los micrófonos. Lo importante, en ese momento, era lo que estaba saliendo en antena. Por eso estuve allí toda la noche ante los micrófonos. Pensaba en una situación parecida a la de Chile. Había un riesgo físico inevitable. La prueba de ello es que la emisora de La Voz de Madrid fue ocupada a las cuatro de la madrugada y sabía que había posibilidades de que volviera a ocurrir”.

jueves, 22 de febrero de 2007

22 de febrero. Una noche muy agitada.

“Superado nuestro estupor –me contó Manuel Leguineche, director entonces de la agencia Cover sobre aquella noche del 23-F–, pusimos en marcha este mecanismo que es una redacción, con la experiencia que yo ya tenía de otros golpes de Estado. Y llegué a meterme tanto profesionalmente en el meollo de aquel problema que, por un momento, me olvidé de que vivía en España y de que era un periodista y ciudadano español. Me preocupó más el prurito profesional de mantener informado a mis periódicos y superar el trauma momentáneo que sufrimos, que las consecuencias personales del golpe en caso de haber triunfado. Claro que, por instinto y por olfato, lo vi desde el primer momento un poco descabellado, muy localizado y no en cadena. Cuando ya se me pasó esta euforia profesional es cuando empecé a preocuparme realmente. Entonces me entró la reflexión y el raciocinio por encima de la trepidación profesional y, al analizar lo ocurrido, me di cuenta que aquello había sido muy grave”.

Leguineche se sorprendió un poco de la pasividad con que se recibió. “Todos hablaban del golpe que podría venir y, al final, terminaron por no creer que podía producirse, llegando éste cuando menos lo esperaban”. Y se alegró de haber tenido la gran suerte de poder escribir la crónica en el mismo momento en que sucedía. “Tuvimos la fortuna de contactar con alguien que estaba viendo en televisión lo que ocurría porque lo rebotaban a Prado del Rey desde la unidad móvil. Para mí eso era como poseer la clave de lo que pasaba. Fue un momento maravilloso en los periódicos empezaron a llamarnos, sorprendidos de que supiéramos todo antes que nadie”.

Walter Haubrich, corresponsal del “Frankfurter” y presidente durante siete años del Club Internacional de Prensa, se disponía a salir de su casa, terminada la votación, para hablar con algún político. “Escuchaba por la radio el desarrollo de la votación cuando, de repente, oí los gritos y los tiros. Hablé enseguida con mi periódico. Conseguimos hacer todavía dos ediciones con la noticia en portada. Luego, fui hasta las Cortes y me pasé la noche caminando y hablando con la gente para dar nueva información. A las veinte horas creía que los golpistas habían triunfado, sobre todo, al querer escuchar las noticias de RNE y encontrarme con música militar. Recuperé la esperanza al volver de nuevo la normalidad en la radio, escuchar el editorial de ‘El País’ y la entrevista que hicieron a Jordi Pujol, el político de máxima categoría en libertad que había hablado con el Rey. La formación de un Gobierno interino de subsecretarios me corroboró la idea de que el golpe no había progresado”.

Manuel Vázquez Montalbán me confesó que aquella noche sintió miedo de verdad. “Nos quedamos muy sorprendidos. Intentamos comunicar con el partido en Madrid para enterarnos de lo que pasaba. Se impuso entonces urgentemente qué hacer con todo el aparato y decidimos poner a salvo los archivos y crear una serie de direcciones de seguridad. Luego, marché a casa. Estudié las medidas que podía tomar, en caso de que fuera asaltada. Volví una hora más tarde al Comité Ejecutivo. Fue una noche muy agitada”. Se planteaba el riesgo de que cualquier salida a la calle pudiera convertirse en una provocación y que pudiera ser utilizada por los golpistas como prueba necesaria de continuar el golpe. “Hasta pasada la madrugada, la cosa estuvo en el alero. Se optó por una línea de prudencia y expectativa y, cuando, a la mañana siguiente, se empezó a ver lo que, poco a poco, se iba diluyendo, se fue restableciendo la tranquilidad”.

Montalbán me desveló que, si no hubiese sido miembro del Comité Ejecutivo ni del Central, hubiera pensado inmediatamente en dónde se escondía. “A ratos, me imaginaba que toda mi vida se había roto, que tenía que volver a las alcantarillas y vete tú a saber qué. Cuando te pilla un golpe de Estado estando en la ejecutiva del Partido Comunista, te puede ocurrir todo lo malo y muy poco de lo bueno”.

Maruja Torres se encontraban igualmente en su casa, con su transistor y la televisión en marcha. “Yo estaba, debo reconocerlo –me recordó esta periodista–, acojonadísima, con la perra. Sabía que podía hacer dos cosas: o quedarme y joderme o huir. Si me iba, no salía de exiliada sino para empezar otra vida en otro país y mandar este a la mierda para siempre. Nada de tristezas, de nostalgias ni nada de nada. Si me da la vena, cojo un fusil y me voy a la calle, y si me da la vena de marcharme, me voy a una isla desierta y que le den morcilla. Eran treinta y tantos años de mi vida”.

También Carmen Alcalde, la ex directora de Vindicación Feminista, estaba en casa cuando se enteró. Se puso en contacto con diversos medios de comunicación y siguió los acontecimientos. “Algunos compañeros me llamaron para aconsejarme que me marchara. Evidentemente, si el golpe hubiera triunfado, éramos muchos los que hubiéramos estado comprometidos. Había el peligro de las venganzas personales provocadas por bandas incontroladas. Me lo planteé muy seriamente, pero llegué a la determinación de que, de ninguna manera, me marchaba. Me subió una especie de patriotismo extraño de aguantar hasta lo que fuera necesario. Al cabo de tres horas, al ver el curso de los acontecimientos, me tranquilicé”.

miércoles, 21 de febrero de 2007

21 de febrero. El golpe.

Recuerdo estos días los acontecimientos del 23-F de 1981. Y pese a los fallos de memoria que, de vez en cuando, sufro, no puedo olvidarme de lo acontecido aquella tarde-noche en las Cortes. Una serie de periodistas que vivieron con pelos y señales las álgidas horas y con los que me entrevisté posteriormente, me recuerdan aquel intento de golpe de Estado. Fue una noche muy larga entre galeradas de pánico, noticias de vértigo y rumores de sables.

Uno de los primeros periódicos que reaccionaron fue "El País", dirigido en aquellos momentos por Juan Luis Cebrián, quien sacó una edición extraordinaria de su periódico en la que contaba lo que estaba pasando en aquellas horas. Cuando confirmó que habían ocupado TVE y que Miláns del Bosch había decretado el Estado de excepción en Valencia, Cebrián comprendió que aquello iba en serio y supuso que también llegarían al periódico. "Hablé con la Zarzuela, con Sabino Fernández Campo, con Fernando Gutiérrez, con Balsemaro, entonces primer ministro portugués, y con otras personalidades, hasta que vimos el alcance que aquello podía tener".

Su primera obsesión fue la de sacar la edición extra, antes de que los golpistas llegaran. "Si triunfaba el golpe –me recordó Cebrián, quien explicaba la explosión de El País, en gran medida, gracias a ese golpe de Estado fallido–, daba igual que la sacáramos o no, porque ya estábamos sentenciados. Y si no triunfaba, era nuestra obligación. Así que publicamos de mala manera una edición de treinta mil ejemplares con dieciséis páginas, porque queríamos que saliera a toda costa antes de que los golpistas llegaran y nos la secuestraran. Salió a las diez de la noche y se agotó en una hora. En los días siguientes, tiramos hasta medio millón por día".

Pedro J. Ramírez, director entonces de "Diario 16", se disponía a salir para acudir a una reunión que tenía con Juan Luis Cebrián. Intentaban construir una posición conjunta frente a la demanda de ETA militar que pedía a ambos directores que publicaran una serie de documentos como condición para dejar en libertad a los cónsules por ella secuestrados. "En el momento en que yo me disponía a salir para esta reunión –me recordó Pedro, J. Ramírez– me llegó el télex que anunciaba lo ocurrido. Los primeros instantes fueron de desconcierto. Luego, hubo unos minutos de seria angustia, cuando RNE y TVE dejaron de emitir. No es que nos preguntáramos que haríamos si vinieran los militares, sino qué hacemos ahora que vienen. No era una suposición gratuita, porque, como hemos sabido después, un pelotón del regimiento de Saboya de Leganés llegó a estar montado en sus camiones para tomar "Diario 16".

Paradójicamente, para Ricardo Utrilla, ex director de Publicaciones de "Cambio 16" y ex presidente de Efe, aquella noche no resultó nada aburrida. "Llegué a la redacción por la tarde y me contaron lo sucedido. Al principio nadie aceptaba que se tratara de un golpe de Estado, excepto un argentino que de eso entendía bastante. Pero, cuando vimos que iban en serio, dijimos ‘que nos cojan, al menos, confesados’, y nos fuimos con el abogado de la casa a tomar unos berberechos al vapor con una botella de Riveiro bien fría. Estuvimos en el bar hasta las nueve, siguiendo los acontecimientos por la radio. De ahí fuimos a las Cortes para intentar entrar. Pero todo estaba acordonado. Un clan de extrema derecha gritaba: ‘Tejero, mátalos’. Otro grupo de izquierdas los abucheaba. La policía cargó pero no hubo ninguna resistencia por parte de los ultras que desaparecieron, con lo cual nos dimos cuenta de que no había mucho fervor bélico patriótico. Al final, me marché a casa donde seguí los acontecimientos por la radio y la televisión. Cuando salió el Rey, sentí un gran alivio y comprendí que todo estaba controlado".

Fue una vivencia periodística apasionante, angustiosa en algunos momentos, en la medida en que fue transcurriendo la secuencia de los acontecimientos. Hasta que el Rey salió en la televisión. Sólo entonces de la angustia se pasó al relativo sosiego.

martes, 20 de febrero de 2007

20 de febrero. La prensa balear de finales de siglo.

Afortunadamente, en unos meses, fui recuperando poco a poco mi memoria, aunque tardé varios años antes de sentirme como antes. Durante ese tiempo, me acostumbré a llevar siempre conmigo un aparato grabador para poder recordar mis entrevistas. Mi memoria se resistía a devolverme los datos, fechas y nombres acumulados en ella durante 41 años. Pero a fuerza de ejercitarla, poco a poco volví a recuperarlos. Y entonces comprendí la jugarreta de Pedro Serra, quien me había implicado en una de sus tretas.

El director y propietario de”Ultima Hora”, “Daily Bulletin” y de otros periódicos, había pedido, en nombre de “Prensa Nova”, un crédito de 40 ó 50 millones a la Caja de Ahorros de las islas para la compra del diario “Baleares”. “Sa Nostra” le había contestado que no podía concederlo a “Prensa Nova”, sino a título particular, firmado personalmente por él. Pedro Serra había insistido en que el préstamo no era para él sino para la sociedad mencionada, pero “Sa Nostra” se negaba a concedérselo si no era a título personal.

En estas circunstancias, salió en “Baleares” el primer “Retrato psicológico…”, firmado por María Lluc Gayá. Fue el 24 de junio de 1984 y se refería al entonces presidente de “Sa Nostra”, José Zaforteza. Pedro Serra había advertido antes a Blanes, el director general de ”Sa Nostra”, que, si no le concedía ese crédito, le podía poner a caldo en sus medios, que no era pocos: “Radio 80”, “Antena 3, televisión”, “Baleares”, “Última Hora”, “Mallorca Daily Bulletin”, aparte de las conexiones que poseía con la prensa de todo el Estado. “Tú sabrás lo que haces –le vino a decir–. Porque si no me lo das, diré que ha sido a causa de la publicación de este artículo”. Esta advertencia, en esta o parecidas palabras que sonaban a amenazas, hizo cambiar al presidente de “Sa Nostra”, que terminó no sólo cediendo a las exigencias de Serra, concediendo el crédito a “Prensa Nova”, sino que volvió a poner publicidad en sus medios de comunicación.

Sin embargo, la querella que Zaforteza, presidente de “Sa Nostra”, mantenía contra María Lluc Gayá y el periódico de Serra, continuó su curso. Y yo, ajeno a todo este tinglado, continué durante meses colaborando con Serra quien, de vez en cuando, censuraba alguna entrevista presentada. Los personajes que se le habían atragantado, como Nicolau Llaneras, concejal de cultura del Ayuntamiento, nunca fueron publicadas por Serra. Hasta que me harté de su juego y dejé de colaborar con él. ¿O fue él quien dejó de interesarse por mí? La verdad es que ya no lo recuerdo. Luego, en 1985, me marché de la isla y pasé a la redacción central de la revista Interviú en Madrid, abandonando en gran parte mis fuentes informativas de las Baleares.

Poco más tarde, se desvelaba que quien había firmado el reportaje sobre Zaforteza –la misteriosa María Lluc Gayá– no era otro que Celia Velasco, una periodista a las órdenes de Serra que ejercía, a la vez, de relaciones-públicas y de publicista. El juicio contra ella y contra Jacinto Planas, el fustigador de la prensa balear al servicio de su amo –en ese momento trabajaba para Pedro Serra–, se celebró en 1986. Y, aunque muchos opinaban que el reportaje en cuestión no había sido escrito por Celia, ésta había apechugado con todo. Era de todos sobradamente conocido que, cuando el jefe, Pedro Serra, insinuaba algo, lo más prudente era ponerse de rodillas y decir amén a todo.

Los acusados fueron asistidos por el letrado, José Meliá Pericás, ex secretario de Estado para la Información que se convirtió, durante cierto tiempo, en abogado de Pedro Serra, hasta que se separó de él. El juez decretó sentencia contra Celia Velasco y Jacinto Planas, autores responsables de un delito de injurias leves, hechas por escrito y con publicidad, condenándolos a pagar a cada uno de treinta mil pesetas de multa y a “Prensa Nova” y al periódico “Última Hora”, responsables civiles subsidiarios, una indemnización de un millón de pesetas para José Zaforteza.

Pese a esta condena, debo reconocer que la prensa mallorquina estaba, en aquel momento, sujeta a los caprichos de “Sa Nostra”. “Esta gente –me aseguraron unos empleados de esta entidad– tiene controlados todos los periódicos. Y reciben cientos de diarios “Baleares”, “Última Hora” y “Diario de Mallorca”. El “Baleares” se ha convertido en el diario de los pensionistas, naturalmente, subvencionado por ‘Sa Nostra’. Además, ésta sufrago un soporte habitual de publicidad en otros diarios, como la sección infantil del Diari de S’Escole. Y todo, con la condición de que no se hable más en contra de este organismo. Es la mejor manera de frenar cualquier clase de reportajes que hablen mal de esta entidad de ahorros…Tienen comprados a todos los medios de comunicación. Y, como en la época franquista, se rigen por un reglamento de órganos de Gobierno acojonante”.

Naturalmente, son manifestaciones de unos trabajadores de la Caja de Ahorros de las islas durante esa época. En línea general, esta era la norma en unas islas con un nivel de vida elevadísimo pero con una prensa y unos poderes culturales propios del siglo pasado, salvo en casos excepcionales.

lunes, 19 de febrero de 2007

19 de enero. Un vacío en mi memoria.

Fue a principios de 1984, cuando sufrí un vacío mental, en un viaje que hice a Barcelona. Después de comer con el cantante uruguayo-español, Quintín Cabrera, al que conocía y apreciaba, me eché a dormir una siesta, pues tenía sueño atrasado de varias semanas. Pero la media horita se convirtió en horas durante las que nadie conseguía desvelarme. Al de despertarme e incorporarme, al fin, una terrible amnesia había embotado mi mente. No recordaba con precisión casi nada: ni dónde estaba, ni por qué, ni a dónde me dirigía, ni los nombres y hechos más elementales de mi vida. Quintín me acompañó al aeropuerto y me ayudó a embarcar. Cuando llegué a Mallorca, bajo un agobiante e infernal estado mental que no deseo ni a mi más enconado enemigo, mi mujer me llevó hasta casa, en donde seguí embotado y con grandes dificultades para expresarme.

Enseguida, consulté con un siquiatra conocido, Nicolau Llaneras, que entonces ejercía de concejal de Cultura del Ayuntamiento de Palma, y me diagnosticó algo muy serio. Tras hacerme un encefalograma, y en un lenguaje que apenas comprendí, me dijo: “Has tenido una psicosis exógena confusa y tóxica”. Me desveló que podía haber sufrido un ictus cerebral (accidente cerebrovascular) que podía ofrecer un cuadro similar. “Como puedes ver, tiene puntas y expectativas del cuadro tóxico… Yo creo que tú bebiste mucho más de lo que dices… Predomina en ti la confusión… Todavía te queda algún pequeño elemento, alguna chispa. Y, en tu conducta, estás más apático”.

Le repetí que el día que sufrí la amnesia, bebimos, antes de comer, algo de vermut, sin abusar en ningún momento de él, cosa que Quintín Cabrera me confirmó posteriormente. Colau Llaneras me dijo que, posiblemente, esta bebida debió actuar contra mi organismo, saturado de preocupaciones. Me recomendó comer menos salado, pues tenía una tensión arterial muy elevada. “Mi impresión –concluyó– es que antes eras mucho más dinámico, más simpático y abierto. Estabas siempre en un tono más eufórico y optimista. Mientras que ahora te has convertido en una persona mucho más reservada. No es que te encuentres inhibido, pero das la impresión de que no tienes nada que decir ni qué contar”.

Me recetó unas pastillas para rebajar la tensión y me propuso que hiciera gimnasia, caminara mucho y que me alejara del alcohol, sobre todo, el destilado. Le hice caso hasta el punto de no volver a probar ni una gota. Pero mi carácter cambió radicalmente. Mi mente se había convertido en menos precisa y me costaba retener lo que había sucedido en el pasado. Había dejado de ser optimista. No me reía ante las mismas situaciones cómicas, ni mi estado, propenso antes a cierta euforia, era el mismo. No me atraían las mismas cosas de antaño e incluso llegué a rechazar unos días de relajo en el yate que mi compañero, Toni Torres, se había comprado. Me había invitado a ir a Menorca con él, y, debido a mi negativa, invitó a otros dos amigos mientras yo me quedaba, apático, en mi despacho. Evidentemente, ya no era el mismo de antes. Pero entonces ocurrió algo imprevisible. En su recorrido de vuelta de Menorca a Mallorca en su yate, Toni Torres desapareció, con sus acompañantes navegantes. Ese día el mar estaba revuelto y, faltos de experiencia, una ola debió engullirlos a todos. Y nunca más les volvieron a encontrar.

viernes, 16 de febrero de 2007

16 de febrero. La querella de Zaforteza.

Cuando, días más tarde de la conversación mencionada anteriormente, le entregaba mi primer trabajo a Pedro Serra, éste, en lugar de publicarlo en su diario “Ultima Hora”, decidió mandarlo a “Interviú” “porque –puntualizó–, así, será más leído. Tú sabes que yo tengo mucha amistad con Antonio Asensio –añadió– y ya he hablado con él sobre este tema. Vale la pena que todo el mundo lo conozca. Y Asensio está de acuerdo”. Pero, una vez enviado a la redacción central de Barcelona, no llegó nunca a publicarse en esta revista. Al parecer, se perdió, entre los muchos no publicados.

Por su parte, el presidente de “Sa Nostra”, José Zaforteza, se querelló contra el diario “Baleares” por la publicación del reportaje firmado por la misteriosa María Lluc Gayá. Y, pasado cierto tiempo, cuando dejé de colaborar con Pedro Serra, me enteré de todo el intríngulis de aquella operación. Tomeu Mestres, entonces jefe de prensa de la Caja de Ahorros de Baleares, me contó la versión que ya expuso el día del juicio: “Un día me llamó Jacinto Planas, quien, a la sazón, trabajaba para Serra y me dijo: ‘Oye, Tomeu, el domingo saldrá un escrito en el ‘Baleares’ que pone a parir a Zaforteza. Él conoce el teléfono al que debe llamar para evitar su publicación’ Yo se lo conté a Zaforteza, quien me contestó: ‘Ya sé de qué se trata. Pero no pienso telefonear’. Y, efectivamente, el domingo salía el artículo que lo ponía a parir como director de Sa Nostra”.

El reportaje del “Baleares”, hacía un retrato punzante de Zaforteza. Recordaba su paso por el colegio profesional de abogados, del que fuera decano, cargo que había abandonado tras haber perdido el puesto de parlamentario en Madrid. Explicaba su paso por la presidencia de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de las Baleares, “una entidad moderna en su funcionamiento, estrictamente como entidad de ahorro, pero anquilosada desde la presidencia, como entidad social”, así como por la asociación “Católicos Anónimos”. Y añadía que lo primero que hizo, al llegar a ésta, fue encargar y pagar una enorme efigie de la Virgen que sería colocada en lo alto del enorme pedestal de cemento situado en “Na Burguesa”, Génova, en donde funcionaba un restaurante. Decía que bendice unos terrenos en los que “lo más importante es su revalorización, puesto que han de ser urbanizados por el propio Zaforteza o sus familiares, amigos y socios”.

“Tuvo que dar muchas explicaciones a sus correligionarios –argüía este reportaje, supuestamente escrito por la María Galyá a la que nadie conocía–, aunque se comenta que lo que mueve a estos anónimos practicantes del tridentino-catolicismo no es su interés en salvar su alma y la de otros mortales, sino el ánimo dispuesto a especular en bienes terrenales, ya que la especulación no figura registrada como pecado”.

Este fue el primero de los reportajes que, bajo el título genérico “Retratos sicológicos para bien o para mal de mallorquines famosos”, publicó Pedro Serra en su diario Baleares, recién comprado a los Medios de Comunicación Social del Estado, gracias a los socialistas que entonces le apoyaron. Utilizó un seudónimo para su firma y me invitó a mí, su supuesto enemigo ideológico, a escribir el resto de la serie. Debo reconocer que, en aquel momento, me sentí halagado por el gesto del magnate de la prensa insular y no calculé exactamente toda su carga de profundidad hasta pasado cierto tiempo, una vez recuperado de una enfermedad.

En efecto, meses antes, cargado de proyectos y trabajos, yo había sufrido un curioso achaque psíquico. Fue cuando desempeñaba el cargo de corresponsal del Grupo Zeta en Baleares, cubriendo todas las revistas de la casa, especialmente “Interviú”, “El Periódico de Catalunya” y “Tiempo”, y formando parte de “Péndulo”, un programa que realizábamos un grupo de periodistas en Radio Popular. Además, me había enfrascado en la confección de un libro de entrevistas con periodistas de toda España: “La España de papel”. Libro que, por diversos avatares, jamás llegué a publicar.

miércoles, 14 de febrero de 2007

14 de febrero. La oferta de Serra

Mis primeros contactos con Pedro Serra se iniciaron a principios de los setenta. Coincidieron con mis trabajos periodísticos en “Última Hora”, vespertino de Pepín Tous, un aventurado periodista casado con la actriz Sara Montiel, quien terminó vendiendo el diario a Serra. Éste, con métodos más que discutibles alejados no pocas veces de la ética profesional y pagando en un principio salarios de miseria, transformó el periódico, casi en ruinas, en uno de los más rentables de las Baleares.

Recuerdo perfectamente mi salida de este vespertino, a finales de 1976. Primero me fui yo y el fotógrafo Sebastián Terrasa. Luego, el reportero Toni Torres, atraídos todos por el Grupo Zeta, cuyos reportajes de investigación y elevados emolumentos sobresalían, en aquellos momentos, del resto de la prensa. Cuando Serra vio que este Grupo no sólo le “robaba” sus reportajes, sino a sus fotógrafos y periodistas, montó en cólera. Pero, al final, Serra, que no pudo vencer a su contrincante, consiguió la amistad de Antonio Asensio. Ambos, surgidos de parecidos negocios, con idénticos objetivos y la misma trayectoria social, unieron posteriormente sus metas en la emisora Antena 3 Televisión, de la que Serra fue accionista.

Llevaba yo varios años trabajando en Zeta cuando, en junio de 1984, Pedro Serra me llamó y me hizo una oferta tentadora. “Tú eres el único periodista –me dijo entonces, intentando hacerse conmigo– que no ha venido a buscar trabajo al hacerme con el periódico “Baleares”. Pese a la publicación en “Tiempo” del reportaje de Miró, reconozco que he sido yo quien te ha ido a buscar”. Debo recordar que, en esta revista, yo había denunciado los tejemanejes de Serra en relación con el legado del pintor Joan Miró, que acababa de morir en Mallorca. “Pero la verdad es que no te guardo rencor–añadió en tono generoso–. Es más, para que veas que voy en serio, te ofrezco un trabajo de colaborador en el diario Baleares y en Ultima Hora, sin que, por supuesto, tengas que abandonar tu puesto de “Interviú”. Pídeme lo que quieras por reportaje”.

Me quedé un tanto sorprendido por su oferta, dudando si contestar en aquel momento. Le dije, casi sin pensarlo, que podía escribir a razón de tres o cuatro mil pesetas el folio, lo que entonces ya me parecía una suma más que tentadora. Entonces se adelantó a mi propuesta: “Te daré 15.000 por cada personaje que presentes en el diario Baleares y 25.000 por reportaje realizado para Ultima Hora”. Teniendo en cuanta que el salario base de un redactor no superaba entonces las cincuenta mil pesetas mensuales, la oferta era más que tentadora. Por un reportaje semanal podía llegar a ganar más del doble de lo que ganaban la mayoría de sus redactores.

Naturalmente, la serie de reportajes que debía escribir para el “Baleares” debería llevar por título general el elegido por él: “Retratos sicológicos para bien o para mal de mallorquines famosos”. Y me dejó leer el primero de ellos, escrito por una tal María Lluc Gayá, a la que no conocía. Lo había subtitulado: “Perfil de un hombre gris: José Zaforteza”. Se trataba del abogado y empresario mallorquín, ex decano del Colegio de Abogados y ex senador que, en aquel momento, era el presidente de Caja de Ahorros de Baleares, “Sa Nostra”. Serra me indicó que mi primer reportaje en “Ultima Hora” debía ser precisamente sobre el monumento al Corazón de Jesús, subvencionado por el mismo personaje. Y me dispuse a escribirlo.

lunes, 12 de febrero de 2007

12 de febrero. Chanchullos en torno al arte.

Si, en Mallorca, el mundo del arte tiene una importancia estratégica, también la tienen los chanchullos que se mueven en torno al mismo. En 1992, liderada por Juan Trujillo, se formó en Palma la Plataforma Anticorrupción Cultural que publicó un manifiesto en el que denunciaba las anomalías que se venían produciendo. Sometidos a los deseos de los intermediarios en la compra de cuadros y esculturas, los artistas sufrían terribles presiones. Un juez observó indicios de delito. Dos años más tarde moría Trujillo, pero su viuda, Aurora Peraires, intentó continuar con la lucha de la Plataforma.

A finales de los noventa, cierta prensa isleña, ajena a las empresas de Pedro Serra, aireó la trama de obras de arte por parte de las instituciones de la isla. Aurora Peraires, presentadora de una denuncia que luego retiró y volvió a presentar, declaró que Serra había intentado que mantuviera la boca cerrada, ofreciéndole el Casal Sollerich, propiedad del Ayuntamiento, para una exposición de su difunto marido.

“He decidido decir toda la verdad –aseguraba Aurora Peraires, en un intento de contarlo todo–. Estoy dispuesta a acabar con la corrupción y la mafia en el mundo del arte. Admito que me enfrento a personas muy poderosas y que me puedo fiar de muy poca gente. Pero, a pesar de las amenazas y presiones psicológicas que debo afrontar, he decidido reafirmarme en mi denuncia”.

Finalmente, a falta de pruebas contra los imputados, el juez Castro decidió el sobreseimiento del caso. Pese a ello, el magistrado hizo constar en su auto varios aspectos dudosos sobre la manera con la que las administraciones compraron cuadros a pintores mallorquines. Pero las obras poseídas por Pedro Serra siguieron almacenándose, muchas de ellas conseguidas gracias a la promoción que, afamados artistas ofrecían “gratuitamente” en su Daily Bulletin. Y, en febrero de 1997, la “Fundación d’Art Serra”, entidad privada que recoge los fondos artísticos del editor, anunciaba la creación del “Museu d’Art Modern i Contemporani de Palma”, asociado con el Ayuntamiento. Este prometía invertir 60 millones de pesetas anuales, durante los treinta próximos años, en las obras aportadas por Pedro Serra, cedidas al Museo, con una trampa solapada: todas ellas llevaban implícitas unas condiciones leoninas.

El propio Ayuntamiento calificó el “Museu d’Art Modern i Contemporani de Palma” como uno de los más importantes de Europa. El proyecto, presentado y desarrollado directamente por el magnate isleño del arte y de la prensa, fue presentado por él gracias al apoyo del ex alcalde Fageda y su sucesora, Catalina Cirer, y a los presidentes del Consell y del Gobierno Balear, Maria Antònia Munar y Jaime Matas, que siempre estuvieron de su parte. Hasta que, tres años más tarde, cede la presidencia de la fundación Es Baluart, considerando que su etapa al frente del Museo ha terminado pero advirtiendo que no se irá del todo.

Definitivamente, en esta isla de March, el arte por el arte sólo existe en los diccionarios especializados.

viernes, 9 de febrero de 2007

9 de septiembre. Pe(d)rogrulladas




El empresario mallorquín, Pedro Serra, editor de diarios y recopilador de obras de arte, ha anunciado oficialmente su dimisión como presidente de la Fundación Es Baluard. Serra había conseguido que los Reyes acudieran por segunda vez a su Museu d’Art Modern i Contemporani, gestionado por él, e inauguraran, la última adquisición: la macroescultura de 40 toneladas y 15 metros de altura, realizada en bronce por Santiago Calatrava. Cuatro días después, anunciaba que su tiempo se había acabado.

La Fundación fue polémica desde el primer momento en que el Museo abriera sus puertas, en enero del 2004, sin tener licencia de funcionamiento ni cédula de habitabilidad. Serra ya tuvo entonces un primer amago de dimisión, pero aguantó durante tres años críticas de todo género que terminaron con este gesto de renuncia.

“Me hubiera gustado –comenta en su despedida–, que el número de visitantes del Museo hubiera llegado al millón de visitantes”. Sus gestores le habían pronosticado millón y medio, pero, con sus 900.000, Serra se conforma. “En estos tres años, los periódicos más importantes del mundo han escrito elogiosos artículos sobre Es Baluard. Aunque –advierte– no me iré del todo, porque Es Baluard es como un hijo mío...”. Serra critica el papel de los profesores del departamento de Historia del Arte de la Universitat de las Illes Balears quienes, antes de la inauguración oficial por parte de los Reyes, tacharon su colección de “modesta e irregular” y remarcaron la “falta de coherencia del centro”. Y sentencia solemnemente: “¡Quien no ama Es Baluard no ama Mallorca!”.

A lo largo de los últimos años, Pedro Serra no se limita a dirigir sus periódicos, sino que se convierte en asesor en materia artística de la Consellería de Cultura, actuando como intermediario en la mayoría de adquisiciones de obras de arte. Desde el Consell Insular de Mallorca, (presidido por María Antonia Munar, presidenta, al mismo tiempo de Unión Mallorquina, partido bisagra entre el PP y el PSOE) nada se hace en contra de sus intereses y de su prensa.

A mediados del mes de febrero del 2001, Pedro Serra se presenta en Madrid, en la Feria de Arte Contemporáneo (ARCO). Y, ante los medios de comunicación, muestra el proyecto de creación de dicho Museo. Serra, había empezado como redactor de “Baleares”, ex diario del Movimiento, terminando como propietario y director del mismo, de “Última Hora”, de varios periódicos en inglés y en alemán, de emisoras de radio y de televisión. Tras el franquismo, del que mamó y se jactó en sus labores empresariales, criticó cuando le convino, y se convirtió en uno de los empresarios de prensa más polémicos de las Baleares.

Con el tiempo, Serra se hizo propietario de numerosas obras de arte, promocionadas en sus medios de comunicación. Más que del mundo del arte, formó parte de los que dominaron el mercado del mismo y supo apreciar su valor monetario por encima de todo. No en vano es de la misma escuela e isla de nacimiento que su maestro, Juan March, personaje narrado por Benavides en “El último pirata del Mediterráneo”. Y, con constancia, contundencia y, si cabe, con una evidente falta de escrúpulos que ha marcado su política, Pedro Serra supo labrarse un puesto importante, pisando como un elefante en una cacharrería, en una isla en donde el turismo se combina con el arte.

“El arte –me contaba Miguel Tugores, un aparejador mallorquín que trabajó como responsable de la oficina técnica de RTVE y dirige, en Madrid, la Galería de Arte Dionis Bennasar, centro de manifestaciones artísticas y literarias– parece ser, después del turismo, la principal fuente de ingresos de las Baleares. Si en el año 1988, en Nueva York, con 20 millones de habitantes, había 25.000 artistas plásticos censados, en Pollensa, ciudad mallorquina que cuenta con una población de 10.000, había dos centenares de artistas, además de contar con diez galerías de arte privadas y con tres o cuatro salas culturales. Es decir, que en este pueblo mallorquín había más artistas por persona (un dos por ciento) que en Nueva York (un 1,5 por ciento) Y seguramente no haya ningún pueblo en el mundo con más salas de arte y más artistas por habitante.”.

La creación de este Museo de Arte Museo, pagado íntegramente por el Gobierno Balear, el Consell de Mallorca y el Ayuntamiento de Palma (17,5 millones de euros) y supervisado, hasta este momento, por Pedro Serra, es un ejemplo de ello. Museo que cuenta, por otra parte, según las constantes críticas que recibiera, con frecuentes carencias e irregularidades, falta de registro de las obras de arte, ausencia de criterio de las adquisiciones donaciones, etcétera. De hecho, la Asociación de Artistas Visuales cuestiona la legitimidad del mismo. Pero Serra laza sus dardos a todos los que le critican con expresiones tales como: “Muchos de los que se llaman artistas, sólo vienen a pedirme un plato caliente de sopa”.

Ahora, Pedro Serra comunica, al fin, oficialmente su decisión de abandonar la presidencia de la Fundación Es Baluard, en una carta dirigida a los representantes de las tres instituciones públicas que han financiado el Museo: el president Jaume Matas, la presidenta Maria Antònia Munar y la alcaldesa de Palma, Catalina Cirer. En ella, Serra anuncia su intención de centrarse en otros proyectos personales (como la creación de una fundación de arte con sede en Suiza, o la casa museo de Sóller, centrada en el modernismo que contará con grandes obras). Y considera concluida su etapa al frente del Museo. Aunque, advierte que no se irá del todo.

Las autoridades le adulan y agasajan. Matas advierte que su voluntad de abandonar el cargo “es una gran pérdida irremplazable”. Munar, señala que así tendrá menos críticas pero “no encontraremos a nadie capaz de dedicar al Baluard las 24 horas del día y conseguir las mejores exposiciones y obras”. Y Cirer remata con esta tercera pe(d)rogullada: “Habrá un antes y un después de su dimisión”

miércoles, 7 de febrero de 2007

7 de febrero. Cid Cañaveral y su Calle perdida.

La despedida de Ricardo Cid Cañaveral, fuente de inagotables recuerdos quien, hace catorce años, sufriera un derrame cerebral y dejara de existir tras una estela de compresión y cariño, fue totalmente diferente a la de Carmen Polo de Franco, pese a que ocurriera en el mismo día y mes, aunque con un año de diferencia..

Le recuerdo con afecto como compañero de “Interviú” en los primeros años de la revista. Había nacido en Madrid, en 1945, y era hijo de un periodista especializado en prensa económica. Publicó sus primeros artículos a los once años en “Gran Mundo”, un semanario de sus padres. A los catorce, se ganaba la vida con entrevistas sobre alumnos de enseñanza media, en el semanario “Fans”, del Ministerio de Trabajo. A los 18, escribía editoriales en la prensa del Movimiento. Pero muy pronto se cansa y se pasa a la publicidad. Durante cinco años, estuvo haciendo anuncios en Alas, una multinacional inglesa, y en Elena, en donde era directivo creativo. Hasta que deja definitivamente la publicidad y se mete de lleno en la prensa comprometida.

Ricardo Cid Cañaveral fue el primero de los periodistas que destapó, en “Doblón”, el escándalo de Sofico, en donde había trabajado de relaciones públicas. Colaboró en “Hermano Lobo” y en “Realidades”, ambas revistas cerradas el mismo día. Colaboró esporádicamente en “Radio España” y en la “Ser”. Sus reportajes y crónicas parlamentarias, en “Interviú” y en “La Calle”, causaron impacto. Para algunos, su pluma era más temida que las metralletas de los etarras. Llevaba sobre él docenas de procesos por sus escritos y, en cierta ocasión fue a parar a la cárcel por no presentarse a declarar ante un juez.

Durante el tiempo que trabajó en “Interviú” pudo contar con entera libertad muchas cosas que sabía. Trabajaba entonces como un animal. Había meses que escribía hasta siete reportajes y, en ocasiones, le publicaron hasta tres en un mismo número. Reconocía que no sufrió por ello censura alguna, al menos en ese periodo. “Sólo recuerdo el caso de un reportaje sobre los señoritos de Jerez –me comentó en cierta ocasión–. Asensio me dijo que, si se publicaba, esa casa retiraba toda la publicidad de la revista. Pero yo no quería encasillarme y me largué a La Calle”.

Me habló de su experiencia en esa revista en la que fue testigo de su hundimiento tras una penosa etapa. Él estaba convencido de que, con la muerte de “La Calle”, se hacía cada vez más larga y débil la esperanza de que una revista independiente de izquierdas pudiera ser creada en este país. Y sacaba sus lecciones personales: “Con la desaparición de La Calle hemos aprendido justamente que hay que empezar por donde hemos terminado. Que lo fundamental es un equipo, que hay que ser absolutamente independientes de criterios, que se puede tener una orientación pro tal o cual, pero sin que perjudique nuestra independencia. Es la lección que La Calle nos ha dado”.

Desgraciadamente y por sorpresa, un día desaparecía ese periodista que luchó como un jabato, convencido de que nadie es imprescindible, ni en este puto oficio ni en esta puta tierra.

martes, 6 de febrero de 2007

6 de febrero. La sombra de un régimen.

Recuerdo hoy, 6 de febrero del 2001, la muerte de dos personajes totalmente diferentes no sólo por su sexo sino por su ideología. Me refiero a Carmen Polo Franco, la esposa del dictador que aplastó a España y se la puso por montera, y a Ricardo Cid Cañaveral, un periodista que sufrió en sus carnes las contradicciones de un régimen cuya sombra se alarga hasta nuestros días. Nada que ver una con el otro, excepto por la fecha de sus muertes respectivas, hace 13 y 14 años, un día como hoy.

La Polo de Franco tenía 85 años y, en su entierro, se congregó la flor y nata del conservadurismo español. Una amiga de la fallecida se atrevió a vaticinar que “era tan devota de la Virgen del Carmen que se ha muerto un primer sábado de mes y no habrá pasado ni por el purgatorio”. Y Manuel Fraga, dijo de ella que era una gran mujer y una señora, “tanto cuando su marido estuvo en el poder como en sus largos años de triste soledad”.

Estaban presentes en su entierro personajes de su calaña como el ex ministro de Franco, José Solís; el ex presidente del Gobierno, Carlos Arias Nararro; la Confederación Nacional de ex Combatientes; Mariano Sánchez Covisa, antiguo jefe de los Guerrilleros de Cristo Rey; el ex presidente del Frente Nacional, Blas Piñar, y una serie de nombres y cargos que hoy suenan a rancio, aferrados a algo que se les iba de las manos y que recordaban con nostalgia. Otros faltaron al acto, como el dictador chileno, Augusto Pinochet, pero le mandaron una corona de flores.

Política e ideológicamente, su despedida trajo a mi memoria recuerdos lamentables de esta familia: retención en la aduana de Barajas de su hija por el intento de sacar sin declarar una treintena de medallas de oro del dictador; abandono del Ejército por parte de su nieto, Cristóbal, con el grado de teniente, previo paso por la prisión militar; separación matrimonial de su nieta, Carmen, la preferida, que plantó al duque de Cádiz, o la de su nieta, Merry, quien rompiera con su marido, Jimmy Jiménez Arnau; presencia de éste tanto en la cárcel como en el plató de famosos, recuperada su plaza en sus correrías periodísticas…

La nefasta influencia de Carmen de Polo sobre el dictador Franco, el recuerdo de su afición desmedida por las perlas y collares, así como por las antigüedades, su pasión por los regalos, su poder de nombrar a personajes tan nefastos como Arias Navarro, sucesor de Carrero Blanco, o la lamentable influencia sobre los comportamientos de la sociedad, han dejado tras ella una enorme mancha, más ancha y negra que la dejara el Prestige.

lunes, 5 de febrero de 2007

5 de febrero. Como un dios, lleno de dudas.

Noto en mí dos imágenes antagónicas que se manifiestan claramente, como la noche y el día: en mi vida privada soy un desconocido, tímido y comedido, prudente y discreto; en mi vida profesional de periodista, fui siempre lanzado y audaz, desprecié el miedo e hice siempre lo necesario para cubrir mis objetivos.

Ambas facetas salen de la misma fuente de vida y hasta diría que se complementan. Pero nunca, que yo recuerde, se han encontrado ni se han inmiscuido. Mientras trabajaba en algún medio, cada una ha ido tranquilamente por su lado, sin preocuparse de la otra.

Una tercera, la de escritor, ensayista, poeta y novelista, nació en la clandestinidad, a la sombra de las otras dos y a escondidas de las dos primeras, y se ha ido desarrollando, sobre todo, desde que formé parte del mundo de los parados, asimilando las dos anteriores, entremezcladas, y despuntando sorprendentemente cuando menos lo he esperado.

Algo así como lo que me enseñaban insistentemente los curas en la catequesis durante mi infancia: tres personas distintas y un solo Dios verdadero. Sólo que, en este caso, el dios es un mortal lleno de dudas, intimidado por las personas que lo conforman y que niegan hasta su misma existencia.

viernes, 2 de febrero de 2007

2 de febrero. Mirar a lo lejos

Siempre me ha resultado más cómodo mirar hacia los otros y amonestarles que observarme críticamente en el espejo y responderme a preguntas básicas.

Cierto que lo acontecido con mi prójimo, amigo o enemigo, fuera de mi propia casa, en un país vecino o en los lugares más apartados del planeta, me ha acercado a la humanidad. Pero sólo lo que me halaga y deleita, es aceptado con gusto, mientras que, directa o indirectamente, evito todo cuanto me resulta desagradable. Las fronteras de mis instintos están, de esta manera, perfectamente delimitadas y no permiten que, bajo este prisma epicúreo, sean rebasadas porque todo me resulta, así, más cómodo.

Curiosamente, cuanto más miro hacia fuera, lejos de mí mismo, más me doy cuenta de mi insignificancia, de mi conglomerado de defectos, de mi propia condición humana. Hasta el punto de preguntarme si no será ésta la manera de reencontrarme porque mirar a lo lejos, preocuparme por los problemas de quienes viven en las antípodas, me acerca más a mí mismo. De hecho, cada vez que he vuelto de un largo viaje, he pasado cierto tiempo de paz y me ha parecido que aceptaba mejor mis propias miserias y mi propia condición humana.

Pero ¿por qué ahora que ya no viajo ni me desplazo hacia el exterior, ahora que he dejado de mostrar en el espejo de la prensa los problemas del hombre que me rodea y que comienzo a conocer a fondo mis miserias y desesperanzas, ahora que me siento tan cerca de mí mismo, me da la impresión de que me cuesta más aceptarme tal como soy?