viernes, 8 de junio de 2007

8 de junio. Las sonrisas del G-8



George Bush y Vladimir Putin durante la cumbre del G-8 del
pasado año (Reuters).

Atado de pies y manos por la lamentable realidad de un paro que me da todo el tiempo del mundo para ocuparme de lo que quiera y una libertad de pensamiento y palabra desconocida hasta este momento, aunque me obliga, repito, a una inmovilidad casi total, suelo asomarme, gracias Internet, a cualquier parte del mundo. Nadie impide que me traslade de esta manera adonde me plazca. Y, ayudado por este invento, me he permitido viajar con la imaginación, siguiendo la ruta del grupo de los ocho países más industrializados del mundo (G-8) que celebran su reunión número 33 desde que se fundó, en 1975, en la localidad francesa de Rambouillet. Una vez más, la reunión de los Ocho Grandes, ha sido precedida de continuas y permanentes protestas.

Hace seis años, con el inicio de este siglo, se reunieron en Génova, recibidos eufóricamente por un Berlusconi pletórico, asentado cómodamente en el poder económico y político y dispuesto a defenderlos por un ejército de policías. Todo marchó según lo planeado por el primer ministro italiano, encerrado con los invitados en la Zona Roja, hasta que, de pronto, alguien dio la orden de dispersar a los manifestantes, en la Zona Amarilla. Y todo se convirtió en un escenario dantesco, con torturas, malos tratos, detenciones ilegales y el desprecio absoluto por los derechos humanos. Tres horas de lucha encarnizada, con disparos policiales contra un joven manifestante italiano, “armado” con un simple extintor, provocándole la muerte, y centenares de detenidos. Fue la represión más violenta por parte de la policía.

Pese a ello, el portavoz de primer ministro italiano advirtió, con un cinismo a flor de piel, que “el Ejecutivo ha hecho lo posible para evitar la violencia”. Fue la reacción del liberalismo económico, con su fascismo siempre a cuestas. Todo sucedió en un desconcierto total, con un saldo de 228 heridos y más de 50 detenidos, mientras que los líderes de los siete países más ricos del mundo y el de Rusia, “encerrados en una ciudad aislada, pacífica y maravillosa”, hablaban de su globalización y de los problemas del Tercer Mundo, y rechazaban de plano la idea de suspender la cumbre y condenaban la violencia de una “pequeña minoría” de manifestantes.

Para ellos, los activistas anti-globalizadores eran proteccionistas que negaban el acceso a la riqueza a los países en desarrollo. Estados Unidos, dirigido por George W. Bush pretendía sacarles de la miseria. Y el entonces presidente del Gobierno español, José María Aznar, instaba a los socios de la Unión Europea a actuar coordinadamente para “controlar y limitar a los vándalos”. Imagino las cabezonadas que se estaría perdiendo el ministro Josep Piqué ante los jefes más poderosos de la tierra, tras haberse especializado en estos gestos de sumisión.

En la foto, de Morris Mac Matzen, varios "cabezudos" de la ONG británica
Osfam, en la playa Kuelungsborn (Alemania), cerca del lugar en donde el 8-G
se ha reunido para debatir y festejar la cumbre.


Desde entonces, los G-8 huyen de las grandes ciudades para reunirse en lugares inaccesibles para los manifestantes. Y, tras diversas citas en Canadá, Francia, EEUU, Reino Unido y Rusia, la cumbre se ha vuelto a reunir esta vez en la ciudad alemana de Rostok, repitiéndose las protestas de centenares de organizaciones. Cerca de 10.000 manifestantes consiguieron evitar los controles en carreteras, ferrocarriles y aeropuertos, burlando a 16.000 policías y accediendo a los 14 kilómetros de la valla metálica que protegían el balneario de Heiligendamm, a 20 kilómetros de Rostok, en donde los Ocho Grandes se habían reunido.

Del reducido grupo de tres miembros por delegación en estas reuniones se ha pasado a 2000 personas, entre consejeros y otros participantes. Y, paralelamente, el número de manifestantes que se enfrenta a una Policía cada vez dotada no ha dejado de crecer. Ésta no duda en utilizar cañones de agua, gases lacrimógenos, helicópteros sobrevolando, porras y armas, cuando lo considera preciso. Mientras tanto, borrachos de poder, los Ocho Grandes hablan sobre la evolución de la economía, la política y la sociedad mundial, y acuerdan líneas comunes de actuación en dichos campos. Aunque, en realidad, para ellos, que apenas se enteran de las manifestaciones de protesta por la apatía, la falta de transparencia y de entendimiento político que llevan consigo, más que tres días de discusión se convierten en tres jornadas de descanso. En ellas, se muestran implacables en el impulso de las políticas neoliberales, olvidándose olímpicamente de la lucha contra la pobreza, la cancelación de la deuda o la erradicación del sida. Por no mencionar sus promesas que son, año tras año, incumplidas. De ahí el aumento de las protestas y manifestaciones en contra.

Dominado por unos Estados que representan el 60 por ciento de la riqueza mundial y a poco más del 10 por ciento de su población, el G-8 diseña la globalización capitalista neoliberal y, en su seno, se podrían tomarse decisiones clave sobre la gestión de la política y la economía mundiales. Pero es sólo la apariencia que se intenta dar de estas cumbres. Porque, en realidad, no es difícil averiguar que los Ocho Grandes, en sus escenarios de lujo y arropados por miles de medidas policiales, se lo pasan bomba. Y porque, en el fondo, no son capaces de ponerse de acuerdo para lanzar un plan de recorte de emisiones que suceda al de Kioto. Ángela Merkel, la anfitriona de esta cumbre, proponía reducir un 50% las emisiones de CO para el 2050, pero Bush consideró que el G-8 no debe dictar la política a sus miembros y anunció que estaba dispuesto a trabajar sólo en el marco de las Naciones Unidas contra el calentamiento del planeta. El acuerdo alcanzado es para la reducción a la mitad de los gases con efecto invernadero para 2050, es decir, para cuando ninguno de ellos siga viviendo en este planeta. Y se pudo observar cómo Putin, guardián del grifo del petróleo que se había mostrado desafiante ante el proyecto unilateral de Bush de instalar un escudo antimisil en Polonia y República Checa, sonreía y bromeaba con el presidente americano. De manera que Merkel anunciaba a la prensa: “No es necesario mediar entre ambos. Como pueden ver, ellos ya se reúnen entre sí".

Lejos de los Grandes, pero a su sombra, unos 4.500 periodistas acreditados cuentan para sus diarios, revistas, radios y televisiones lo que cualquiera intuye: Que los países más poderosos de la tierra siguen burlándose de todos. Y que no hay decisiones, porque, en realidad, el Grupo de los Ocho no está dotado de ningún poder ni tiene la voluntad de cambiar nada, sino sólo hacer algunas aclaraciones, ciertas orientaciones y consensos y, sobre todo, cuenta con el placer de ver cómo el mundo entero está a sus pies para servirles.

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