lunes, 20 de agosto de 2007

20 de agosto. Vacaciones forzadas.


Madrid es, durante estos días, un cementerio en el que los periódicos, menguados por el número de periodistas que se han ido a veranear, parecen ser testigos rutinarios del paso plomizo del tiempo. Muchos de sus establecimientos permancen cerrados y gran parte de ciudadanos que ocupaban su actividad laboral se ha desplazado a la costa o a las islas. El tráfico y las aglomeraciones disminuye, siendo, en algunos lugares, casi nulo. Las prisas habituales terminan por derretirse y sus gentes, como la de la mayor parte de España, se mueven lenta y calurosamente.

Mientras tanto, decenas de pensamientos aterrizan en mi imaginación y símbolos de todo tipo no dejan de bombardearla: asfalto y aparcamientos infravalorados y muertos de risa; ministerios y despachos oficiales apenas con funcionarios; cartelitos de “Cerrado por vacaciones” instalados por doquier ante puertas y ventanas cerradas a cal y canto; termómetros que suben y bajan y vuelven a subir, agotando nuestra cacapidad de sorpresa; turistas cargados de botellas de agua ametrallean la urbe con sus preguntas y miradas... Son imágenes-realidades que luchan por mantenerse y amenzan con aplastarnos. Y, desde este rincón de Internet, el milagro de las letras, sabiamente combinadas, va formando palabras, frases, pensamientos, y rellena el diario de este periodista en paro.

Escribir, para mí, se ha convertido en un ejercicio como el del pintor que hace bocetos que inspirarán su obra, o el del músico que compone sus partituras que resucitarán sonidos y piezas musicales, o el del escultor que inmortaliza su obra inmóvil en formas misteriosas y llenas de vida. Necesito de la escritura para ordenar mis pensamientos enmarañados en mi diario devenir. Una necesidad que da cierto sentido a mi vida, asentada sobre unas eternas vacaciones forzadas. De tal manera que expreso mejor mis pensamientos por la escritura que por la simple palabra, torpe y fácilmente manipulable, con la que no acierto a expresarme con total corrección. Ésta se pierde en la sonoridad y magia del sonido, en la concatenación del diálogo y en la hilaridad del discurso, formando y multiplicando conceptos a mucha más velocidad que la expresión escrita. Por eso prefiero sumergirme en el mundo silencioso de estos signos escritos y embriagarme con ellos, haciéndome cómplice de sus imágenes, formas y giros, así como de sus elucubraciones secretas.

Hace unos momentos, entró por mi ventana abierta un gorrión que fue a chocar contra el cristal de mi otra ventana cerrada y se posó sobre mi ordenador. Inmovilicé mis dedos y le observé con curiosidad, pensando en la posible aparición del Espíritu Santo en forma de pájaro despistado. Quise incluso ofrecerle la palma de mi mano derecha e imitar a San Francisco de Asís. Hasta que, asustado por mi osadía, recuperó sus pasos perdidos, remontó de nuevo el vuelo y, convencido de su equivocación y ante la falta de una comunicación entre ambos, salió al exterior, precipitándose por la ventana abierta y perdiéndose en el espacio. Fueron unos segundos de sorpresa para mí, de desorientación y caos para él. Esa misma impresión tengo yo a veces, cuando me pierdo en la escritura de mi subconsciente. Temo que algún día me desembarace de los obstáculos provocados por mis ventanas que me retienen en este espacio, y, tras un revuelo inconsciente, me pierda y alcance lo que siempre me ha atraído más que el mar: el espacio absoluto que absorbe el todo y la nada.

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