domingo, 17 de enero de 2010

Haití, un país reducido a escombros.


La República Haití, antigua colonia francesa, fue el segundo país americano en declarar su independencia, en 1804, después de haberlo hecho los Estados Unidos. País olvidado del Caribe, Haití limita al este, con la República Dominicana, formando con ella parte de la isla La Española. Está poblado por unos diez millones de habitantes y es uno de los territorios con más densidad de población del planeta. Su área total es de 27.750 km² y su capital, Puerto Príncipe. Es el primer caso en que los esclavizados abolieron la esclavitud, sentando un precedente definitivo en el mundo. Pero es, igualmente, uno de los países más pobres de la tierra, con décadas de pobreza, degradación ambiental, violencia, inestabilidad y dictaduras.


Y, para colmo, es el área más afectada del Caribe con el peor terremoto de los últimos siglos registrado la pasada tarde del martes. El sismo, de magnitud 7’3 en la escala de Richter, ha derribado edificios, cortado comunicaciones, provocando, según las primeras fuentes, entre 30.000 y 50.000 víctimas mortales y dejando a no pocos haitianos sin casas, sin enseres y sin familiares. Una verdadera “catástrofe” con miles de personas sepultadas bajo los escombros.



Edificio de Asuntos Exteriores.


Puerto Príncipe, la capital haitiana, es un inmenso camposanto. Unas trescientas personas se han quedado sin hogar. Numerosos edificios se han derrumbado, entre ellos el de Asuntos Exteriores, el Palacio Presidencial, la Catedral, el Parlamento, la oficina de rentas, escuelas, hospitales… El Montana, el único hotel de lujo de la capital, quedó reducido a escombros. Cayeron numerosas viviendas, centros comerciales, bancos y edificios de oficinas cuyos escombros ocupan buena parte de la calzada en la mayoría de las vías de la capital. Uno de los edificios afectados por el terremoto es la sede de la misión de paz de Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH) que se desplomó a causa del fuerte sismo. El epicentro fue a unos 15 kilómetros al poniente de Puerto Príncipe, ciudad con 1,2 millones de habitantes. El fenómeno ocurrió a una profundidad de 30 kilómetros. Las comunicaciones quedaron cortadas casi por completo, mientras hasta veinte réplicas sísmicas, algunas de magnitud superior a 5,0, siguen remeciendo un país de edificios endebles, donde la situación de pobreza es desesperada, con miles de personas nerviosas en las calles mientras los edificios caían como naipes. En Santo Domingo y en Cuba también se percibió el remezón que atemorizó a sus habitantes.


Parte central del Palacio presidencial.


Las catástrofes naturales, como inundaciones y ciclones, la mala administración –recordemos la sanguinaria saga de François Duvalier, Papa Doc, de 1957 a 1986–, las constantes corrupciones y el creciente analfabetismo, convirtieron a la ex colonia francesa, rica en su tiempo, en el país más pobre de América latina. Últimamente, el ingreso medio apenas alcanzaba los 600 dólares anuales y más de la mitad de los haitianos sobrevivían con menos de un dólar diario en una economía quebrada. Un 80 por ciento de la inversión era estatal y un 40 por ciento del presupuesto estatal era financiado por el exterior. Desde 2004, la seguridad estaba en manos de tropas de paz de Naciones Unidas cuya misión se componía de unos 7.000 soldados de 18 naciones. Hoy, tras los últimos sucesos, no está en manos de nadie.


Cientos de miles de personas duermen en la calle, en donde se encuentran más seguras.


En Puerto Príncipe, ciudad dominada por el caos, se ha podido confirmar que los pobres siempre sufren las peores consecuencias de los desastres naturales. La portavoz de la Administración Federal de Aviación estadounidense, Laura Brown, decía el jueves pasado en Washington que el Gobierno haitiano no estaba aceptando la entrada de vuelos porque no había pistas disponibles ni fuel suficiente para repostar en el aeropuerto de Puerto Príncipe, la ciudad más afectada por el sismo. A falta de datos oficiales, la Cruz Roja local calculaba que habían muerto entre 45.000 y 50.000 personas y que había tres millones de damnificados, incluyendo a heridos y personas sin hogar. Las peticiones de ayuda de las autoridades haitianas tuvieron eco en todo el mundo, sin embargo el caos y la falta de organización y coordinación fueron una traba para que todo lo prometido, e incluso lo que ya estaba en camino, llegara a sus destinatarios. “No se ha puesto en marcha ni siquiera una célula de gestión de la crisis”, destacó la web de Radio Metropole. Según esta emisora, unos 3.000 policías y “cascos azules” de la ONU comenzaron a despejar las principales arterias de Puerto Príncipe, a dirigir la circulación y a asegurar la seguridad en el aeropuerto, el puerto y los edificios públicos. Una reacción que llegaba demasiado tarde.


Montañas de cadáveres abandonados en plena calle.


En efecto, la carencia de medios y las dificultades encontradas por la ayuda internacional han convertido la capital de Haití en una gran morgue. A mediados de semana, los cadáveres colapsaban las calles y las ayudas no llegaban. Aunque, según Javier Velásquez Quesquén, presidente del Consejo de Ministros del Perú, al menos 7.000 muertos fueron enterrados los primeros días, la capital haitiana siguió acumulando montañas de cuerpos sin vida. Dos días después de la tragedia, los cadáveres de las víctimas del terremoto comenzaron a ser enterrados en fosas comunes. Sin embargo, el ritmo de recogida de los camiones era de una lentitud exasperante. Para protestar por el retraso en la llegada de ayuda humanitaria al país, los supervivientes organizaron barricadas con los cadáveres de fallecidos. El fotógrafo de la revista TIME Shaul Schwarz aseguró a Reuters haber visto al menos dos de estas barricadas formadas por cuerpos humanos y rocas en diferentes carreteras. “Están comenzando a bloquear las carreteras con cadáveres –constató–, la situación se está poniendo fea. La gente está harta de que no llegue la ayuda”.


Varias personas caminan entre cientos de cadáveres en el patio del Hospital General de Puerto Príncipe. Efe


El hedor desprendido por los muertos al sol se hizo insoportable. El enviado de El País advertía: “Ante la falta cada vez más acuciante de agua, alimentos o electricidad, los vecinos temen que grupos de delincuentes –los 5.000 reclusos de la prisión del centro lograron escaparse al desplomarse los muros– aprovechen para imponer su ley”. En las pilas de escombros, trabajaron algunos equipos de rescate en busca de sepultados entre las ruinas y apenas con esperanzas de encontrar a alguien con vida. Los hospitales y clínicas estaban totalmente desbordados, con enfermos que yacían en pasillos y salas de consultas y con un personal médico insuficiente que se limitaba a curar las heridas más profundas por falta de material. El director del Hospital General, Guy Laroche, explicaba que no podían ni contar el número de heridos recibidos desde el martes, ni podían atender por carecer de agua potable, electricidad, gasolina para las ambulancias, cirujanos para los numerosos casos de fracturas y estabilizadores, por no hablar de los medicamentos o de los alimentos para los enfermos. Y el Hospital de la Paz de Delmas 33, otro gran centro médico, funcionó gracias al trabajo de una brigada cubana ante la ausencia de sus responsables.


Un hombre atrapado en la Universidad Puerto Príncipe pide ayuda.


“Los seísmos y otras catástrofes naturales –sostiene Gustavo Duch Guillot, editor de ‘Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas’– no son selectivos ni discriminatorios. Se presentan aleatoriamente y sin previo aviso. Sus consecuencias, en cambio, son claramente mucho más dramáticas allá donde la pobreza ya es causante de muchas desdichas. El seísmo en Haití es otra demostración de esta relación lógica, que no es aceptable. Haití es el país más pobre de toda América Latina y reúne muchas de las características que conducen a tantos daños humanos y materiales. Cifras que no podremos conocer con exactitud porque el adelgazamiento de las funciones del Estado, y esa sería la primera característica, lleva a que éste ni pueda anticiparse y difícilmente pueda responder”. Según un periodista de la agencia AFP, los cadáveres se amontonaron por todas las carreteras del país, mientras que los actos de pillaje y saqueo comenzaron a producirse en la capital. “Toda la ciudad está a oscuras –relataba Rachmani Domersant, un portavoz de una organización de la caridad de Puerto Príncipe–. Miles de personas están en la calle sin saber dónde ir”.


Un padre lleva a su hija en brazos.


Tampoco la sede de la ONU se ha librado del desastre. El edificio quedó totalmente destrozado, según confirmó un portavoz de la institución desde su sede neoyorquina. La agencia AFP indicó que numerosos empleados de Naciones Unidas fueron dados, tras el derrumbe, como “desaparecidos”. El capitán Carlos Vinces, jefe de la división de la ONU peruana en Haití, confirmó que muchos edificios se habían derrumbado por el temblor. “Nos han estado comentando por la radio que hay muchas instalaciones caídas, nos confirman que también un hospital y muchas casas”. Y agregó que era muy probable que haya quedado mucha gente atrapada bajo los escombros. El temblor se había dejado sentir en Santo Domingo y en la isla de Cuba.


El presidente de Haití, Reé Préval.


“Ya hemos enterrado a 7.000 víctimas mortales en una fosa común” –decía el pasado jueves el presidente haitiano, René Préval a los periodistas en el aeropuerto de Puerto Príncipe, mientras acompañaba al presidente de República Dominicana, Leonel Fernández, el primer jefe de Estado extranjero que visitaba Haití después de la catástrofe. Fernández aseguró que una de las cosas más importantes que necesitaba Haití era ayuda para enterrar a los muertos. Según el balance estimativo de la Cruz Roja haitiana, las víctimas mortales podrían ascender a entre 45.000 y 50.000. Dos días más tarde, lo que quedaba del Gobierno haitiano ya apuntaba de entre 100.000 y 200.000 muertos. Y la ONU calculaba que 300.000 personas se habían quedado sin hogar.


Al principio, las dificultades para operar en el aeropuerto de Puerto Príncipe se multiplicaron. Hasta que, en la tarde del viernes, los soldados estadounidenses tomaron el control del aeropuerto para acelerar la ayuda humanitaria. El pequeño aeropuerto de una solo pista, convertido en un gigantesco embudo, no daba abasto para atender las peticiones de aterrizaje de los aviones provenientes de decenas de lugares diferentes. Ni los equipos mandados, ni las toneladas de ayuda humanitaria, procedentes del mundo entero, podían ser desembarcados. El mismo régimen cubano accedió a abrir su espacio aéreo a los aviones norteamericanos que estos días evacuaban heridos desde Puerto Príncipe a la cercana base militar de Guantánamo y desde allí a Miami, volando sobre Cuba y acortando 90 minutos de tiempo de vuelo.


Al llegar la noche, en Puerto Príncipe, nadie quiere dormir bajo techo. Se aprovecha cualquier parque o la misma calle. Basta con un metro de pavimento donde tumbarse al aire libre. Con la amenaza de episodios esporádicos de saqueos y asaltos desesperados. Unos miles de personas se refugian en la plaza situada frente al Palacio Presidencial, igualmente destruido. Se protegen con plásticos, cartones o con lo que pueden, mientras los cuerpos especializados que han conseguido llegar, prosiguen sus tareas de búsqueda de supervivientes. Y, de entre los escombros, los equipos de salvamento que han logrado llegar logran salvar a alguna persona malherida, pero viva, pese al tiempo transcurrido. El panorama no puede ser peor: cerca de cuatrocientos muertos, numerosos edificios destruidos o afectados por grietas y barrios enteros devastados.




Edificio afectado por las grietas y otros daños.


Un barrio de Puerto Príncipe, en el área del Canapé Vert, devastado por el terremoto.


Como colofón de esta tragedia que ha movido al mundo entero, Monseñor Munilla, tras su polémica designación como obispo de San Sebastián, ha dejado claro que vive a gusto en el “candelero”, declarando que “existen males mayores” que los que están sufriendo en Haití y que “deberíamos llorar por nuestra pobre situación espiritual y nuestra concepción materialista de la vida” y no dedicarnos tanto a los “pobrecitos” haitianos.


“Por mucha preocupación que el obispo sienta por nuestra ‘materialista’ vida –denunciaba el pasado jueves el Im-preseentable de ‘Diariocrítico’–, parece evidente que no es el momento más adecuado para acordarse de ella cuando un país ha sufrido una tragedia en la que se habla de decenas de miles de muertos. Si esa es la forma que tiene Munilla de ganarse a su nueva parroquia, entendemos los recelos de los que protestaron por su designación. ¿Cuanta gente tiene que morir para que Monseñor deje de pensar en sus males mayores?”

Fotomontaje de Pep Roig: Dejad que los obispos se acerquen a ...


Antonio Rodríguez, en su blog “Amanece que no es poco” se pregunta si se puede ser más cruel. “Hoy es el nuevo obispo de San Sebastián, ese que es rechazado por el 77% de los sacerdotes guipuzcoanos, el que bate el nuevo record de indignidad. Dice el obispo Munilla que “existen males mayores que los que están sufriendo los pobres en Haití, como nuestra pobre situación espiritual’. Y para sentenciar su aberrante actitud sobre los indefensos, manifiesta que ‘quizá es un mal más grande el que nosotros estamos padeciendo que el que esos inocentes están sufriendo’… ¿Como no se les cae la cara de vergüenza, manteniendo la inmensa riqueza que existe en el seno de la iglesia católica, mientras cientos de miles de personas lo han perdido todo, algunos incluso la vida? Pero ellos a los suyo, de espaldas a la realidad social, de espalda a los problemas de los más desfavorecidos, porque están donde siempre han estado, del lado del poder y de los poderosos. Y quieren inculcarnos una vida espiritual y de pobreza mientras ellos se rodean de lujo y riqueza”.

Unos minutos de rélax, para terminar. Primero, con Manel Fontdevila (La foto, lo nuestro y Él)




Segundo, con Teritorio Vergarara (No laicista por un día y Cospedal y la corrupción balear).




Tercero, con Pep Roig (El pecado de ser pobre, Todos, sospechosos, El primero es lo primero, Problemas de recepción cultural y Opción)





Y, por último, para ver y no olvidar, dos vídeos de la actualidad internacional:



El martes 12 de enero, un terremoto de 7,3 estremeció el suelo de Haití, provocando la destrucción, muerte y desastre general en parte del país. Canción: Tristeza marina. Cantante: Leo Marini.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Obispo Munilla. Tanta hostia y tanta cruz y no sabes donde está el norte.
Apuesto que si alguien te pidiera una explicación, dirás que sólo quieres ceñirte a las preocupaciones pastorales de "mi pueblo" cercano, no pudiendo atender las desgracias de la lejanía. Y que por ello, ha habido "una cierta malainterpretación de mis palabras." Valiente hijo de puta. Que "tu pueblo" te condene a la total indiferencia como el mayor de los tormentos.
chiflos.

NOTA: entiendase hijo de puta no como un insulto u ofensa, que refiera la actividad a la que pudiera dedicarse la siempre, noble madre del obispo. - en este caso.- Sinó más bien como descripción conductual de un individuo, en función de la carencia de valores de transmisión masculina, por la ausencia absoluta, o falta de calidad de su padre. chiflos.