miércoles, 13 de julio de 2011

San Francisco de Asís y sus palomas encerradas.







Foto de mi compañero en la banda de Colmenar, Jesús Cuesta.






“Hay que estar muy sordo de cuerpo y alma –publicó el diario ABC– para no conmoverse, para no salir transformado de la prodigiosa exaltación espiritual que desata Olivier Messiaen con su ópera dedicada a San Francisco de Asís. La versión de la sinfónica de la Radio de Baden Baden y el coro del Teatro Real, con la dirección de Sylvain Cambreling, y la voz de Camilla Tilling como El ángel, logran un milagro tal que merece peregrinar a la Casa de Campo. Y sin embargo, con la mejor de las intenciones, se equivocó Gerard Mortier al trasladar las funciones al Madrid Arena. Como se equivocaron Emilia e Ilya Kabakov con su catedral industrial iluminada con fluorescentes. Porque esa estética y ese derroche traicionan ideológicamente al santo y a Messiaen”.

Tenía razón el crítico de ABC pero, personalmente, creo que se quedó corto al visionar esa ópera de tres actos y ocho escenas franciscanas en lengua francesa, estrenada en París por Messiaen en 1983. Porque, pese a intentar narrar la evolución espiritual de San Francisco en un alarde de música emitida por una orquesta de 130 músicos y un coro de más de 120 voces, esta ópera tiene otras virtudes y otros fallos que no me pasaron en balde el lunes, cuando pude asistir a la misma. Y es que Messiaen, quien no dudo que fuera un gran compositor, un notable organista, un ornitólogo y gran pedagogo, además de poseer unas profundas convicciones religiosas, no supo o no quiso abreviar su obra que comenzó a las seis de la tarde y terminó a las doce de la noche. Seis largas horas de espectáculo, con sus correspondientes descansos, bajo una monumental cúpula de 13 metros de diámetro, 14 de altura y con 1.400 fluorescentes que crearon bellos efectos de luz. Yo hubiera sugerido que se acortara la obra. Pienso incluso que con dos horas habría sido suficiente para transmitir lo que Messiaen intentó decirnos y los sufridores espectadores no hubieran tenido que poner a prueba su aguante y su paciencia emocional. De esta forma se hubiera evitado que centenares de ellos soportaron tantas horas, salieran de la sala o huyeran antes del final, o que las pancartas con la traducción simultánea siguieran mal situadas y sin posibilidad de seguirlas por todos lo sufridores espectadores.

Una obra que contaba con sonidos inauditos y con mensajes franciscanos del siglo XII, válidos para el siglo XXI, como el amor a la naturaleza y a todas sus criaturas, aunque las palomas encerradas en su jaula no lograran en ningún momento la libertad, pese a que San Francisco las intentara liberar, encerradas y desorientadas por tanta música dodecafónica. Al menos, en casa, las decenas de pajarillos que anidan en los alrededores no están obligados a escucharme en cuanto se me ocurre tocar mi trompeta y algunos de ellos toman el vuelo. Ignoro si la receta proclamada por San Francisco, la desposesión de cualquier tipo de bienes, la ayuda a los pobres y a los enfermos y el enriquecimiento del alma a través del amor a la naturaleza, fueron perfectamente comprendidos por los amantes de la ópera… Y si éstos entenden los efectos negativos de la crisis, fruto del despilfarro y de una falta de trabajo que prima sobre estos consejos franciscanos.

En una palabra, una obra que cuenta con una música innovadora y con una escenificación demasiado larga y no exenta de cierta pesadez. De ahí que sugiera, incluso para San Francisco, aquello de lo breve, dos veces bueno.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Felicidades por opinar
Tranquilo, no pasa nada...

chiflos