sábado, 5 de enero de 2013

La Mallorca que no se muestra a los turistas.



 Jaume Santandreu.


Comprometido con la realidad de una isla marginada y pobre con la jerarquía de la Iglesia mallorquina, rica y presuntuosa, de la que se automarginó voluntariamente, Jaume Santandreu es como un conejillo de campo, un escritor a secas, un “Che” Guevara de andar por casa  o un glosador del pueblo. Es autor de una quincena de libros de poemas como de otras tantas obras en prosa. Últimamente, desde el 3 de diciembre pasado, confecciona un blog (http://jsantandreuisureda.blogspot.com.es/) que tiene tanto de ensayo como de poseía, en el que hace confesiones personales y crítica la realidad, en un cuerpo literario, punzante y arriesgado: 'Déu meu!' (¡Dios mío!). Está formado por 220 entradas y cada una de ellas cuenta exactamente con 220 caracteres, una determinación formal que exige, además de concisión extrema, una claridad expositiva. Hablamos con él en Can Cazà, casa de acogida y hogar en el que residen una treintena de excluidos sociales extremos (drogodependientes tóxicos y alcohólicos sin ningún tipo de soporte, adictos en procesos de recuperación, y otros que no pueden acceder a una red pública de servicios sociales). Son como una familia numerosa en la que atiende a esta clase de personas excluidas de la sociedad, en el seno de la cual ejerce de cocinero y de síndico general. En ella recuperan la autoestima y la dignidad con sus trabajos en la granja y en el huerto. Una vez recuperados, son acogidos en Sa Casa Llarga, en la que ofrecen talleres de recuperación de ropa y de muebles.

“Del más de medio millón de habitantes de la isla de Mallorca –nos cuenta Santandreu– ciento veinte mil están sin trabajo. Y los parados de más de seis meses se convierten en marginados. Los inmigrantes son los llamados “forasters de merda” y son los más afectados por el paro. El nombre impuesto más repetido en ciertos pueblos de la isla como en La Puebla, Inca, Manacor, es el Mohamed. Muchos de ellos practican las ‘camas calientes’, subalquilando un lecho por horas.  Frente a ellos, el isleño hace como el caracol, vive en su mundo, y se esconde en su cáscara cuando advierte cualquier peligro, mientras que los poderosos y los políticos –en Mallorca, ladrones y políticos son los mismos– continúan atrapados en la triple tentación del dinero, el poder y las ganas de figurar y la clase media pasa a ocupar la clase baja. Sobran alimentos, pero el problema es que hay quienes pasan hambre y quienes no. Hay alimentos que no son repartidos correctamente. De esta manera, muchos siguen pasando hambre”.

Todo comenzó el 7 de enero de 1993, cuando la asociación “El Refugio” abrió las puertas de un hostal de la calle de los Apuntadores, de Palma, para alojar gratuitamente toda aquella persona que, por cualquier motivo, se encontraba en la calle, sin ningún tipo de apoyo institucional. Una iniciativa pionera en Europa que nunca ha sido estudiada como se merece. Se pretendía que cualquier marginado, a cualquier hora y día, tuviera un lugar donde estar y exponer sus necesidades más urgentes e inmediatas, al tiempo que, desde aquella casa grande de hijos pródigos, se intentaba buscar y encontrar la respuesta adecuada a cada albergado. Los inspiradores de esta iniciativa de ayuda primaria y urgente veían que no respondía al clamor de unas nuevas criaturas marginadas, jóvenes e ilustradas, en contraposición a los primeros desterrados sociales.

“Considerábamos que los marginados se convertían en desgraciados cuando, a cuenta de salvarlos, los obligaban a pasar hambre, a sentirse culpables, a contemplarse como fracasados, a ser carne de horca. Y todo por quererlos sumisos y obedientes y mudos ante las contradicciones, xenofobias e injusticias de la sociedad. En el hostal de la calle Apuntadores, acogíamos toda clase de necesitados durante las veinticuatro horas de cada día y noche, laborable o festivo. Los inquisidores y los que mandaban, sólo nos permitían un temblor absurdo y antinatural, unidireccional, que pretendía insinuar un mundo inexistente, irreal, rechazado de todos. Esta sobredosis se cobró, en 1995, la vida de 45 jóvenes que no murieron de sobredosis o por dosis adulteradas sino porque nuestra hipócrita y traicionera sociedad les obligaba a inyectarse a escondidas. La reacción de las autoridades y del poder ante la apertura del hostal fue la de acusarnos de practicar con inquina la política de los hechos consumados, de maltratar aquellos a quienes decíamos querer ayudar, amontonándose en unas estancias inapropiadas y en unas condiciones de salubridad pésimas. Y de activar gratuitamente todo tipo de alarmas sociales con el único fin de dar salida a los afanes de provocación y polémica. La aventura de aquel hostal de la calle Apuntadores acabó en atentado con bomba incendiaria el 28 de mayo de 1993, y, en un momento de máxima ocupación. Y sin embargo, de esta tragedia nació Sa Placeta, inicialmente ubicada en la plaza de la Misericordia, comenzando con ella otra historia que aún dura”.

Mañana:  Y II. “El decálogo de los  marginados”.

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