martes, 8 de abril de 2014

Tratar de parar la inmigració es imposible.

 Mahmud Traoné, durante la presentación del libro: Partir para contar.
 
El pasado mes de septiembre, Mahmud Traoré saltó la valla de Ceuta. Cinco de sus compañeros murieron, al tratar de traspasar la frontera. Pasó por el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de la ciudad autónoma, consiguió llegar a la península e instalarse en Sevilla.  Hace unos días, presentó el libro que describe su odisea: “Partir para contar”,  escrito por el periodista francés Bruno Le Dantec.

Su llegada a España solo fue un episodio más del viaje que cuenta en primera persona. Tres años tardó en alcanzar Ceuta, ciudad que no entraba en sus planes cuando, en 2002, decidía dejar Senegal. Tenía entonces 19 años, había dejado de estudiar y la falta de oportunidades le empujó a emprender el camino. Sabía que si no salía a buscarlo, nunca llegaría algo nuevo. Atrás quedaba Temanto, su pueblo. Un lugar, cercano a la frontera de Guinea, desde donde Mahmud corría cada día varios kilómetros a través de campos de arroz para llegar a la escuela cuando era niño. Así lo contaba su amiga Marta, que viajó  tres días en autobús desde Dakar, presente en la presentación del libro.

El trayecto de Mahmud no fue sencillo. El senegalés comenzó su viaje hacia el este del continente, buscándose la vida allá donde iba. Pasó por países como Níger o Libia, donde las condiciones de los patronos no se lo pusieron nada fácil: “Trabajábamos con condiciones. Si querían, te pagaban y, si no querían, no. No podía reivindicar mis derechos”. Atravesar el Sáhara fue uno de los momentos más duros. Muchos subsaharianos se quedaban en el norte de África solo por no tener que volver a cruzarlo. “Es una experiencia muy fuerte”. Pero se encontró con la solidaridad de la gente. “En los países del norte de África, donde no podía trabajar por no tener papeles, fue la población civil quien les echó una mano en su camino. Así nos sucedió con los marroquíes. Si no fuera por ellos, no estaríamos aquí”.

Hoy las cosas siguen sin ser sencillas. “He llegado al destino pero el proceso sigue. El sueño que yo imaginaba no me ha llegado”. El primer día que llegó a Sevilla, pasó la noche en un centro social ocupado, durmiendo junto a “uno fumando porros con tres perros, en Casas Viejas”. Después siguió buscándose la vida, “trabajando como un burro”. Mahmud quiere ahora llevar su historia de vuelta a Senegal a la escuela, donde él estudió. Sin embargo, no quiere cerrarle a nadie las puertas de Europa. “Cada uno tiene sus problemas interiores. Sería muy egoísta decirle a una persona que no venga. Yo he aprendido aquí a manipular un ratón. En Senegal, nunca lo hubiera hecho en mi vida”. Tratar de persuadir a jóvenes que ven el viejo continente como el paraíso sería, además, complicado.

“Lo que está ocurriendo ahora en esa valla fue lo mismo que nos pasó a nosotros en 2005”, contó Mahmud. Las muertes de migrantes tratando de llegar a Europa, saltando las vallas o por otra vías, no son nada nuevo. Según Alassaire Ibrahima, de la organización África Global y uno de los encargados de presentar el libro, en los últimos 20 años, alrededor de 20.000 africanos se han dejado la vida tratando de alcanzar el viejo continente. Y lo seguirán haciendo, por muchas vallas que se levanten o pelotas de goma que se lancen. “Tratar de parar la inmigración es imposible”, defiende el activista, quien reclama políticas creativas para afrontar la situación. Para Ibrahima, la inmigración es, además, lícita. Porque África es un continente explotado por el mundo: caladeros exprimidos, comercio de armas, acaparamiento de las tierras, etcétera. “Y es legítimo que los pueblos busquen otras alternativas para poder sobrevivir”.

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