jueves, 22 de mayo de 2014

El marqués y la esvástica (I).

 

 Rosa Sala Rose y Plàcid García-Planas
 
César González Ruano.
 
Tres años duró la travesía de Rosa Sala Rose y Plàcid García-Planas, dando vueltas por los archivos de Alemania, Francia y España, en busca de datos y documentos inéditos y turbios sobre César González-Ruano. Visitaron 20 archivos, viajaron a ocho países, interrogaron a testigos y recorrieron los lugares por los que pasó. El resultado de todo ese trabajo es El marqués y la esvástica. César González Ruano y los judíos en el París ocupado, un libro sobre este periodista y escritor que, en 1942, llegaba a París, alcoholizado, y, por primera vez en su vida, dejó de escribir y trabajar.  Nació el 22  de febrero de 1903, en el barrio de Chueca de Madrid, ciudad en donde moriría el 15 de diciembre de 1965. “Se formó –escriben los mencionados autores de este periodista  y escritor ubicuo, admirado, odiado y peculiar, muy peculiar– entre Alfonso XIII y la Segunda República. Empezó como poeta del ultraísmo, la vanguardia más castiza de Europa, pero no le hicieron mucho caso y decidió entrar en la literatura española dando el campanazo. Lo dio en febrero de 1922, en el Ateneo de Madrid, el cerebro de España. En calidad de ‘joven poeta desconocido’, Ruano logró que le ofrecieran el salón de actos para recitar poesías de su libro Alma. Apareció con un chaleco amarillo, una melena teñida con agua oxigenada, poca alma y mucha desfachatez. Según el Heraldo de Madrid, gesticuló como un payaso y confundió el cerebro de España con una pista de circo. Empezó elogiando su frente magnífica y buen tipo, osadía que el público recibió entres risas. ‘Se llamó guapo y eso no es cierto, pues tiene cara de pipa”, sentenció el Heraldo. Pero el auténtico atrevimiento vino después: calificó de ‘pesado” y ‘cejijunto’ al venerado Ortega y Gasset y habló de ‘un tal Cervantes, del siglo XV o por ahí, del que me han dicho que era manco y debe ser verdad, porque escribía con los pies’ Aquello era demasiado. El público ya no quiso escuchar las poesías del joven melenudo, que él mismo anunció como ‘maravillosas’, magníficas y admirables”.

Ruano cultivó hasta el final la imagen de “dandy” que había ensayado en el Ateneo, aunque ya sin chalecos estridentes ni el pelo teñido. Llevaba siempre un traje a medida, zapatos de cocodrilo, corbata de seda, chaleco inglés y un célebre bigote, minúsculo y costosísimo: ningún barbero estaba autorizado a tocarlo. En muy poco tiempo se apoderó de él “un asco por todo lo republicano”. Se pasó al diario Informaciones como quien se baja de un tranvía en marcha para subirse al que cruza en dirección contraria y ganó el Premio Mariano de Cavia de Periodista, lo que le abrió las puertas de ABC, el diario más monárquico y prestigioso de la capital que, en 1933, lo envió seis meses como corresponsal a Berlín, los primeros seis meses de Adolfo Hitler en el poder. Y Ruano pasó de cantar la quema izquierdista de conventos a cantar la quema de libros. De Berlín, se largó a París y allí, en la Francia de los alemanes, sin pegar sello, ya no ensayaría piruetas de izquierda, sino en estricta vertical: triple salto mortal sobre la oscuridad. Hasta que, en octubre de 1943, escapó a Sitges, al chiringuito junto al mar.

En la tarde del 10 de junio de 1942, en el París ocupado, la Gestapo detuvo a César González-Ruano, periodista español y aspirante a marqués. ¿Por qué lo encerró en la cárcel militar de Cherche-Midi durante setenta y ocho días? ¿Por qué interrogó, con simulación de fusilamiento, a un hombre que, desde 1933, había cantado las excelencias de la esvástica? “No fue por robar relojes, claro está”, escribió Ruano en sus memorias. “La verdad pura, apenas sirve para nada”, anotaría en su diario íntimo. ¿De qué lo acusaban los nazis? ¿Por qué nunca lo confesó? Periodistas, poetas y editores han apuntado la gran sospecha: en París, Ruano se habría lucrado engañando y robando a judíos desesperados. Hubo quien lo relacionó con otra sospecha todavía más negra: la matanza y expolio de judíos que huían por Andorra. Pero no había una sola prueba. Y Ruano, con sus medios silencios, gozaba en secreto de su intrigante leyenda. “París en plena ocupación era más divertido que dramático”, recuerda. ¿Qué hizo él en ese París tan “divertido”?

En este libro, sus autores investigan la leyenda negra del escritor y periodista en el París ocupado por los nazis. Allí fue juzgado por la Francia libre y condenado a 20 años por colaboración con el enemigo. Un periodista de turbia y oscura biografía al que ¡sus amigos! definían con media sonrisa como un tipo amoral y sus enemigos como un “periodista comprable”, un tipo con talento pero poco fiable que trabajó en muchos de los periódicos de la época y fue corresponsal de ABC en Berlín durante los seis primeros meses en los que Hitler ocupó el poder, dejando constancia en artículos con las dosis de antisemitismo que marcaba la época. A lo largo de su vida, Ruano llegó a escribir entre veinte mil y treinta mil artículos, entrevistas, reportajes y crónicas… Poco a poco, fue esculpiéndose, escribiéndose, con más tinta que verdad, como después harían Camilo José Cela y Francisco Umbral, llegando a desvelar su oficio a un amigo como algo que consistía, esencialmente, en “tocarle los cojones a los ángeles”. Tras su muerte alguien dio nombre a un premio periodístico que ahora se ha reconvertido y pasa a llamarse asépticamente Premio Mapfre de Relato Corto.

Mañana, continuará: “El marqués y la esvástica”, (II)

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