miércoles, 7 de octubre de 2015

Krzysztof Charamsa, prelado católico en Roma, confiesa abiertamente su homosexualidad.

Krzysztof con su pareja, Eduardo Planas. 

Hace unos días, Krzysztof Charamsa, oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe y profesor en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, hizo temblar, con sólo 43 años, a todo el Vaticano. Ocurrió en la víspera de la inauguración del Sínodo de Obispos sobre la familia, al declararse abiertamente homosexual y presentar a su compañero sentimental, un catalán llamado Eduardo Planas. “Quiero que la Iglesia y mi comunidad –declaró entonces–sepan quién soy yo, un sacerdote homosexual, feliz y orgulloso de la propia identidad, que no ha encontrado en ningún pasaje de la Biblia una justificación de la homofobia vaticana”. Charamsa reconoció que la decisión de salir del armario justo un día antes del comienzo de la asamblea de los obispos no había sido casualidad. “Me gustaría decir al Sínodo que el amor homosexual es un amor que necesita de la familia. Cualquier persona, también los gays, lesbianas o transexuales, lleva en el corazón el deseo de amor y familiaridad”. Con estas palabras, revelaba en una entrevista al diario Il Corriere della Sera lo que pensaba un día antes del inicio del Sínodo de la Familia.

La reacción del Vaticano fue inmediata, prohibiéndole ejercer sus cargos tanto docentes como de gestión. Su actitud generó fuertes críticas sobre todo en Italia, en donde el Vaticano ha mostrado laxitud y consideración con los acusados de pederastia. La Santa Sede apartó de inmediato al prelado polaco de sus funciones como secretario adjunto de la Comisión Teológica Internacional y como docente de las universidades pontificias donde impartía Teología. “La elección de hacer una manifestación tan clamorosa en la vigilia del Sínodo –señaló el padre Federico Lombardi, portavoz del Vaticano– es muy grave e irresponsable, ya que hace que, sobre la asamblea sinodal, recaiga una indebida presión mediática”. Charamsa comparecía el sábado en una multitudinaria rueda de prensa acompañado por su pareja y denunciaba que la Congregación para la Doctrina de la Fe, el dicasterio vaticano que se ocupa de promover la fe y la moral en el mundo católico, es “el corazón de la homofobia de la Iglesia católica, una homofobia exasperada y paranoica”. Tras conocer la suspensión de sus funciones, no se mostró sorprendido ni asustado. “Estoy preparado para pagar las consecuencias –dijo–, pero es el momento de que la Iglesia abra los ojos frente a los gays creyentes. Entienda que la solución que les propone, la abstinencia total de la vida amorosa, es inhumana”. Y dedicó su gesto a “tantísimos sacerdotes gays que no tienen fuerzas para salir del armario”.

En 2013, el Papa Francisco rompió un tabú importante al defender que hay que integrar a los homosexuales en la sociedad. “¿Quién soy yo para juzgarlos?”, declaraba. Sin embargo, la doctrina de la Iglesia no ha variado su postura. El Vaticano calificó como una “derrota de la humanidad” la aprobación del matrimonio gay en Irlanda o EEUU. Esta ambigua posición es debatida por los padres sinodales después de que, en la asamblea del año pasado, no se llegara a un consenso respecto a la situación de los homosexuales dentro de la Iglesia.

La reacción oficial del Vaticano ha sido inusualmente rápida y contundente. Esta vez no hubo necesidad de abrir la consabida investigación previa, como en el caso de los curas pederastas, por ejemplo. Antonio Casado escribe en El Confidencial: “Mal hará las cosas el equipo del papa Francisco, aparentemente comprometido con la puesta al día de la Iglesia, si no aprovecha la ocasión para afrontar la cuestión de fondo, que es estructural y tiene memoria de siglos. Celibato y voto de castidad. Eso es lo que debería revisar el papa Francisco, cuya voluntad aperturista tiende a quedarse solo en palabras”.

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